*Alex Darío Rivera M.
"La cultura es la buena educación del
entendimiento." Jacinto Benavente
Me lo contaron ellos, los caramberos de Celilac, en el pueblo que nacieron, una tarde ocre en que la eufonía de sus instrumentos me acercó a su ensayo, luego de calentar durante algunos minutos una banqueta de la plaza esperando a un amigo que nunca llegó. Dos de los integrantes, parados al centro de la sala, golpeaban la cuerda de carambas con sus palillos, sonidos amplificados magistralmente desde el cóncavo cutuco que manipulaban con malicia para que naciera aquella música. Otro de ellos, sentado en una esquina, sobaba maliciosamente la vara del sacabuche sosteniéndolo entre sus piernas, arrebatándole un sonido grave, enigmático, milenario. Uno más acompañaba con la guitarra haciendo malabarismo con el cigarrillo colgando de su labio inferior. Por un momento, en un arrebato de pesimismo, un tanto justificado por la desatención comunitaria en relación a la función gratuita que ofertaban, me pregunté acerca de cuántas generaciones posteriores a la mía, podrán escuchar estas melodías ancestrales, sin tenerlos, pensé en mis hipotéticos nietos. No hubo tiempo ni condiciones para la aproximación a una respuesta, el vocalista rasgueaba chillón: “Noche de Santa Bárbara. Al finalizar la pieza, me hace caer a la cuenta el regreso –justamente- a Santa Bárbara. La luz del día ya había sido invadida por las sombras de la noche. Antes de irme, les pregunto si habían recibido apoyo -para impulsar su arte- por parte de la Secretaría de Cultura, dirigida para esos años por un estudioso e intelectual hondureño, brillante estudiante en renombradas universidades de Europa y Estados Unidos y, afamado académico de historia. Por unos segundos no hubo respuesta. Ellos, entre sí, se dirigieron miradas incriminatorias, culposas diría, mismas que clausuraron con una sonrisa avergonzada y tímida, “agüevada”. Nos ha recibido dos veces en su oficina. –Aseguró uno de ellos, mientras chupaba la “chenca” del cigarrillo Royal. ¿Y ofreció apoyo? –Indagué ante la respuesta inconclusa y la prisa del camino.
¡Es que después de hablar con él y escucharlo por más de una hora, al abandonar su recinto de trabajo, nos enteramos que no le habíamos entendido nada lo que dijo. Habla muy difícil, menciona palabras raras. Para esa vergüenza que pasamos, mejor seguimos a la buena de Dios! –Contestó el vocalista de este modesto grupo de artistas campesinos, hombres pobres, cuerpos explotados por el sistema de mercado, excluidos de la escuela, manos agrestes sembradoras de maíz y paridoras de música, sin más academia que el sufrimiento de la vida y el deleite del arte aprendido de oído, tan “ninguneados”, que bien pudiese ser la última generación de caramberos.
*Catedrático
y escritor.
alexdesantabarbara@yahoo.com
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