miércoles, 23 de octubre de 2013

Don Ruperto y sus dos hijos después del golpe de Estado





* Alex Darío Rivera M.

Ruperto Mexia, se lee borroso en el Padrón de Indios del pueblo de Ojuera, mandado levantar por el Gobernador Intendente de la Provincia de Honduras en el año 1809. El propósito, conocer las almas de confesión y el potencial de tributo en esos cadavéricos poblados del curato de Tencoa que habían logrado sobrevivir -a medias- más de trescientos años de esclavitud, avasallamiento, asolación, silencio y barbarie. Indagando aquí y allá, me entero que actualmente en ese pueblo habita otro Ruperto Mejía, ahora su apellido escrito con “j” como consecuencia del proceso de evolución de la lengua castellana. La curiosidad me embarga, en este delirio imagino que a lo mejor pudiese existir un vínculo genético entre el personaje del cual leo su nombre con dificultad en este antiguo documento y su homónimo contemporáneo, el solo imaginarlo, haciendo a un lado la imposibilidad de comprobarlo, me parece extraordinario, conocer o sospechar un sendero humano al pasado, me pareció un delirio hermoso. Llego a San Francisco de Ojuera, todos sabemos que los “conquistadores” le agregaron el nombre del santo para favorecer el sometimiento de esos “indios insurrectos y ociosos, dedicados al politeísmo y a los vicios carnales”. Pregunto por él, las amables personas que habitan estos “tucos” de tierra me indican el lugar de su morada. Camino con dificultades por el serpenteante sendero desde donde logro divisar la choza, podría jurar que el otro Ruperto vivía en iguales condiciones que éste. Grito su nombre a manera de saludo, escucho una respuesta cansada, ahogada y enfermiza. La rasgada voz, toma forma corpórea en el marco de la puerta de su enramada. Piel cobriza como sus tiestos, pelo liso sin canas, lampiño, pecho salido, espalda ancha, corto de brazos y piernas, frente ensanchada hacia atrás, nariz ñata y ojos almendrados; de sus antebrazos se delinean gruesas venas por donde con toda convicción corre
sangre indígena Lenca Care, quizá el mismo linaje de aquel Ruperto Mexia que en realidad busco con la certeza de nunca encontrarlo. Le doy la mano, me hala y abraza; ríe mostrando sus encías, percibo sus manos ásperas, como seguramente ha sido su vida, sin necesidad de ser experto en quiromancia en ellas se puede leer -al tacto- su tradición familiar, las leyendas del pueblo, pero sobre todo, el sufrimiento, el abandono, la explotación, la desidia política y la discriminación racial y clasista de la sociedad en la que resiste para no difuminarse. Le comento del otro Ruperto, “muchos de mis abuelos tuvieron esa gracia (nombre)”, responde. Le señalo el nombre en la antiquísima copia del documento. “No se ler” -masculla nuevamente y sonríe; su rostro se estruja en mil fragmentos, como imagen aérea de la geografía hondureña. Me comenta que sus dos hijos en estos días después del golpe de Estado han emprendido “rumbos” distintos, le solicito explicación; él con la paciencia acumulada en sus más de ochenta años conversa, no sin antes invitarme a sentar a la sombra de un retorcido árbol de jiote, mismo que me recuerda, al ver el torso desnudo de don Ruperto, el nombre que los europeos le asignaron de manera peyorativa: “Indio desnudo”; no resisto valorar lo acertado de dicho mote. Mi mujer se murió de “desintería” y me dejó con mis dos “indisuelos”. “El mayor de mis hijos, -continúa don Ruperto- desde muy pequeño, al ver la dificultad pa´trabajar la tierra en la pobreza de nosotros, se jue pa´lacosta. Con los diyas invadieron un trecho de tierra, con su impresa campesina y se quedó trabajando por ay; pero eso le sirvió de muy poco, pues siempre vive en la miseria. Nosotros no solo ocupamos tierra; así nos deciya un padrecito, que también tenemos que letrarnos, disponer de plata y otros fierros pa´trabajar y, que pa´lograr eso, los pobres
debemos tener voz y hacernos sintir. El otro de mis retoños, el asuro, trabajó conmigo en la vega del río Güince donde arquilábamos una faja de tierra para producir el maicito y los frejoles; pero nos tocaba desmontar guamileriya y pagar mucho quinto al dueño de la propiedá, eso le sacó trote y también se jue, solo que pa´la chiri, agora es militar y dice defender una tal patria”
. Por un momento su mirada se perdió, en esos ojos no pude dejar de percibir que se abría una ventana hacia el otro Ruperto, el de hace doscientos años, sin lugar a dudas con sus mismas dificultades al leer la especificación lateral a su nombre en este pliego que cargo en mis manos y releo: “indio desvalido”. Animosamente y sacudiéndose su melancolía se dirige a mí nuevamente: “Lo que me cuesta entender es que los dos vienen de este mismo tronco viejo –mientras se golpea acongojado su pecho-, de este anciano aindiado al que le cuesta sudor verlos ya mayores y me aturde escucharlos que se han incontrado en las marchas, en esas pobladas peregrinaciones que Radio Mi Gente del Salvador y Radio Pogreso llama de la resistencia contra el golpe de Istado. Lo malicioso, es que uno de ellos lleva puesto el uniforme de la jura y el otro su ropita de campesino igual que yo, ambos me juran que defienden la misma patria; pero yo estoy segurito en este corazón que se han de comer los horontocos, que a mijo militar los ricos de este país le han hurtado la mente, el espíritu y lo de más valiya que tenemos lus menesterosos: el corazoncito. Déjelo que venga a ver este viejo abrita en navidá, al numás llegar le quito ese uniforme verde mutiado y lo obligo a que se ponga sus zurcidos trapitos de trabajo en la tierra; para que entienda que la única patria por la que debemos peliar es la de los pobres, purque es a nosotros a quienes se´lan robado”. Es tarde, el sol muestra la enorme amalgama vespertina de colores, sin argumentar un por qué, regreso a casa con la convicción de haber tenido el privilegio de conocer aquel sufrido Ruperto Mexia, en la igualmente inmolada existencia de Ruperto Mejía, ambos, con una historia común de marginalidad de más de dos siglos, que los golpistas en pleno siglo XXI, apuestan por continuar salvaguardando.

*Alex Darío Rivera M. Catedrático y escritor. E mail: alexdesantabarbara@yahoo.com

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