* Alex Darío Rivera M.
Hace unos meses, leyendo el interesante trabajo de Héctor M. Leyva que
tituló “De la crítica de la cultura a la construcción de un proyecto
histórico”, me encontré con algunos comentarios heredados a nosotros por parte
del personaje que para el historiador Ramón Oquelí fue durante las décadas de
1910 y 1920 el gran polemista y probablemente uno de los mejores analistas de
la realidad nacional, nos referimos a uno de los pioneros del periodismo
moderno: Paulino Valladares. En dichas apostillas, que en su mayoría publicó en
sus editoriales de El Cronista, Valladares arremete con agudeza, claridad y
franqueza hacia la incapaz calaña política que “gobernó” y –lamentablemente-
sigue “gobernando” en este “tuco” de tierra que algunos amamos y nombramos
Honduras.
En actitud desafiante, sostenida sobre esa sensación de impotencia interior
que provoca el estar inserto entre el adormecimiento de una sociedad que
avanzaba a ciegas –aún lo hace-, campante, con rumbo al desfiladero –del hoy y
del mañana- y sin ningún asomo de reaccionar, ni el mínimo afán para cuestionar
su entorno, Paulino Valladares manifestó: “Sí, <<Honduras>> es el vocablo fatídico, palabra siniestra
que encierra un sentido tétrico, que revela un destino de fracaso…”, frase que
para muchos de sus contemporáneos y aún varios de nuestros coetáneos, fueron y
son palabras cargadas de pesimismo; pero para otros, los que estamos concientes
de lo que acontece hoy-aquí, ninguna palabra de aquellas nos puede parecer
fatalista cuando la contrastamos con la realidad del día a día, donde la
corrupción se ha naturalizado, la violencia no impresiona ni a un niño, los
políticos siguen jugando sucio y arengando pócimas ficticias que el pueblo a
sabiendas de que no son ciertas, sigue comprando vehemente con sus aplausos y
su ingenuo voto de apoyo. Nuestra Honduras, que es la misma de Paulino Valladares,
sigue siendo un sitio donde el que es considerado obstáculo del sistema se
asesina ante la indiferencia de todos. La droga se vende como confites, la vida
tiene precio pegado en el dedo índice de un sicario o en la cuenta bancaria de
un secuestrador. La Constitución Política es un juguete al servicio de una
voraz oligarquía que cuando no se postulan como políticos, invierten
millonarias sumas de dinero en sus campañas a sabiendas que el banco de favores
estatal paga con creces, condona sus deudas, favorece sus empresas, les invita
al banquete cargando en las espaldas de este pueblo miserable, la cuenta. Una
cuenta que no nos fastidiamos de pagar gracias a nuestra perenne amnesia que
nos hace olvidar los infortunios cuando vemos flamear la bandera y escuchamos
las patéticas notas de la canción de nuestro partido político ó cuando
recibimos halagados el embustero espaldarazo del politiquero de turno.
Este hoy era el que presagiaba Valladares, sin
utilizar ninguna bola de cristal, sino indagando en la historia e interpretando
la idiosincrasia de su pueblo, buscando explicar el hoy en el ayer que nos
permitiera abrir senderos al mañana. Él tenía despejada su visión de país, pero
de igual manera conocía la imposibilidad para concretizarla, por eso sus críticas
llevaban implícitas el estremecimiento que genera la ineptitud política y
social cuando enunciaba “... Y nuestro pueblo vierte sangre, sangre a todas
horas, para poner y quitar Presidentes que duran años, meses y días, y el
nombre de la República sirviendo de escenario, traído de aquí para allá, en un
juego siempre lastimoso, constantemente ridículo”. Paulino, develaba la falta
de orientación en los destinos del país, conocía la poca capacidad para
emprender camino al desarrollo, la vacilación estatal para visionar un proyecto
de nación que cada vez más se acercaba al abismo, ante esto, con la
fosforescencia de su pensamiento, escribía con aplomo: “No hemos ido para atrás
ni para adelante. Nos hemos extraviado. Hemos alcanzado ciertos progresos
parciales, gracias a la presión exterior; pero en lo fundamental estamos tan
vacilantes como el primer día de la independencia…”.
Leyendo ahora esas líneas, me pregunto ¿Cómo no
sentir impotencia con la marca de ese pasado y presente de sangre, de
ambiciones desmedidas, caciquismos, inconciencia pueblerina, desarraigo,
desigualdades, anarquía y la percepción objetiva de Paulino Valladares en
relación a que “van pasando unas sobre otras las generaciones en decadencia alarmante”? ¿Qué se puede construir sobre esos pedestales?
¿De dónde nos inyectamos esperanza? ¿En qué suelo fértil sembramos utopías?
Por ahora, trataremos de seguir acopiando esperanzas escudriñando con
esmero en el pasado, donde seguramente nos encontraremos con algunos valores
humanos soslayados que podemos recoger y echar en nuestras alforjas de
peregrinos, sin dejar de custodiar en este presente, aquellos brotones que han
logrado sobrevivir a los torbellinos de una triste historia que hemos
construido y seguimos construyendo en este agraviado corazón de América que con
un profundo desasosiego sigue haciendo honor a su nombre: Honduras.
*Alex Darío Rivera M. Catedrático y escritor.
Email: alexdesantabarbara@yahoo.com
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