miércoles, 23 de octubre de 2013

El Derecho a la Educación y sus “perennes” desafíos





“No hay cambio, sin sueño;
 como no hay sueño sin esperanza.”
Paulo Freire

Si me cuestionarán en torno a designar el derecho “más significativo” relacionado con la niñez, sin temor alguno mi respuesta fuese: ¡el derecho a la educación! Aunque posteriormente me demande explicar el por qué de tal aseveración, puesto que considero que con dicha alusión no pretendo categorizar los derechos, sino más bien dimensionar ese derecho en función de que la educación en su amplio universo de significados es el único camino en el que el ser humano se convierte en ser social construyéndose individualmente en lo colectivo y viceversa. La educación es la ruta perfecta para la convivencia humana, para el vivir en paz, no solo entre los humanos, sino con las diversas manifestaciones vitales con las que compartimos esta casa común llamada tierra. La educación nos posibilita el andar más corto y gratificante hacia nuestra conversión en un ser social consciente, tolerante, crítico, coherente e integralmente humano. El género Homo, desde que nace, es una posibilidad abierta de realización en toda su dimensión integral, holística, totalizadora.

Lamentablemente, pese a la trascendencia del derecho a la educación, continúa siendo para muchos niños y niñas, hondureños y hondureñas, solo un sueño inalcanzable, una visión que la realidad objetiva les niega y les oculta bajo un manto de indiferencia social y política caracterizada por la voracidad y corrupción de una pequeña oligarquía que se ha adueñado de todo, incluso del presente y futuro de la niñez. En función de lo anteriormente enunciado, los sistemas educativos continúan orientados al sostén de las estructuras políticas, sociales y económicas dominantes, alejándose cada vez más de ese ansiado sueño de generar transformación. Han abandonado la utopía de contribuir en la construcción de sociedades más justas, amorosas, serviciales y solidarias, al contrario, estimulan la deshumanización en un sentido proporcional a que lo material se vuelve prioritario, el ser humano se soslaya por la maquina en las ansias de la rentabilidad económica, invisibiliza a enormes sectores poblacionales sumidos en la miseria y la marginalidad, una educación que como la lógica que rige el planeta, individualiza, fomenta la mezquindad hacia el otro y, el consumo y la gula en el “yo”.  
Siempre se nos informa acerca de los adelantos en la cobertura y calidad educativa, pero la realidad a veces nos ofrece otra lectura totalmente disímil de las estadísticas, esto nos obliga a plantearnos la siguiente interrogante: ¿Qué papel debe jugar la educación en una realidad contextual como la de América Latina donde mueren más de cien niños y niñas cada hora, por enfermedades curables o relacionadas con el hambre? ¿Cuál es el desafío educativo ha plantearse en un sistema que posee una enorme industria productora de pobres y miserables, de ciudadanos “desechados”, obsoletos?
Según un informe del año 2004, el sistema educativo hondureño era el más atrasado del Centro América, realidad que suponemos no ha cambiado, pues para ese año, apenas 32 de cada 100 estudiantes (32%) lograban finalizar su primaria sin repetir grados (Naciones Unidas). Es más, el 51% de los matriculados finaliza la educación primaria con un promedio de 9,4 años y los niveles de deserción escolar cada vez son más elevados. Quizás el más crítico de los problemas es que el sistema educacional básico sólo cubre el 86,5% de quienes están en edad escolar, mientras el 13,5% restante no puede acceder a la enseñanza (PNUD).
Según cifras de ese mismo año (2004), el analfabetismo afectaba a más de medio millón de hondureños/as, es decir, casi el equivalente de toda la población mayor de 15 y menor de 40 años. Esta realidad, se agudiza ante la misérrima cantidad de recursos públicos invertidos por parte del Estado en su faceta de subsidiario del área educativa, de igual manera, la inequitativa propuesta educacional carente de cantidad y calidad; esto ofrece un panorama desalentador, con pocas esperanzas para los hondureños y hondureñas que nacidos en esta bondadosa heredad, merecemos vivir en mejores condiciones de vida. Esto no invita a dejar desfallecer nuestras utopías, paradójicamente, a este agreste panorama debemos arrebatarle la posibilidad de soñar, ese deleite no debemos brindárselo y guardar esas quimeras para nosotros, compartir esos delirios con otros y otras que convencidos del contenido de libertad que habita en su esencia, seguimos caminando, tomados de nuestras manos, compartiendo el solidario contenido de nuestras alforjas y con la certeza de que un mundo más justo, ¡sigue siendo posible!
*Alex Darío Rivera M. Catedrático y escritor.





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