*Alex Darío Rivera M.
*Al acercarse la fecha del asesinato a
Monseñor Romero.
Presentaríamos el libro: “Honduras,
sendero en resistencia” en la Universidad Nacional de El Salvador. Israel
Serrano y yo, esperábamos en una terminal de buses en San Salvador, con cierta
incertidumbre, al camarada del Movimiento de Unidad Revolucionaria (MUR),
responsable de pasar por nosotros; era una cita a ciegas, por teléfono, no nos
conocíamos personalmente, solo éramos invitados como un gesto solidario con la
resistencia hondureña, después del golpe de Estado del dos mil nueve. Al mucho
rato, un tanto desesperado, percibo entre la gente aglomerada en la entrada al
restaurante de la terminal de buses a un hombre bajito, dirigiéndose hacia
nosotros, sin apartarnos la mirada, vestía pantalón de tela, boina verde y
camisa a cuadros. A seis metros, con una ojeada de suerte, identifico entre sus
manos, un librito mío, mismo que había dejado con un cura amigo a uno de sus
compañeros, en una visita anterior. Con la fotografía del libro me identificó
desde algún rincón, logré a decirme para mí, apenas unas centésimas de segundo
de que él inquiriera: -¿Alex? Asentí con la cabeza y, antes de darme tregua
para saludarle. –Soy René, continuó, ofreciendo la mano a Israel. Nos hospedó
en el Pop Nah, cercano a la Universidad Nacional. Esa tarde, René nos presentó
a Judith, persona con la que ya había conversado por teléfono y con quien
comenzamos a intercambiar información que lograba salvaguardar el cerco
mediático que durante unos días, obstaculizó la salida e ingreso de información
de lo que los hondureños y las hondureñas vivíamos. Todo surgió cuando Judith leyó
un artículo mío de denuncia a la privación de derechos humanos durante el golpe
de Estado, copió la dirección electrónica y se puso en contacto conmigo. Me
informaba sobre las acciones de solidaridad que realizaban desde su país para
con la resistencia hondureña: pintas, mítines y pegas, entre otras. Uno a uno,
Judith, Joel, René, José, Juan Antonio y otros miembros del Movimiento, fueron
haciéndonos sentir en familia. Hablamos del MUR, de sus inicios, su presente,
sus desafíos, hasta la represión de la dictadura de Michelletti a la población
y de la respuesta digna de la resistencia hondureña, que a un año, continuaba
en las calles. De lo ilusorio de la fronteras para dos pueblos que comparten
historia, genes y cultura. Juan Antonio, el de mayor edad de todos, hombre de
convicciones profundas, de una sola pieza; nos comentó sobre la revolucionaria
salvadoreña Graciela García, su papel protagónico en la organización de las
mujeres en Tegucigalpa, su aporte a la incipiente lucha por el derecho de
sindicalización de la costa norte hondureña, su relación con el comunista
hondureño Juan Pablo Wanraight y su colaboración para la fundación del Partido
Comunista. Wanraight, había sido un aliado de Farabundo Martí que la guardia
civil del dictador guatemalteco Ubico dio muerte, cuando Juan Pablo (Nacido en
Santa Bárbara, Honduras), rebelde e irreverente, lo ofendió y escupió en el
rostro del dictador, después de ser capturado cuando éste, intentaba comprar
armas en ese país vecino. Juan Antonio, nos recordó que a Graciela, la
dictadura de Carías la expulsó de Honduras y que años después, Osmin Aguirre y
Salinas, también la “sacó” de El Salvador, su Patria de nacimiento, hacia
Guatemala y, que en 1954, después de la caída de Jacobo Arbenz, la exilian en
México, patria desde la que continúa conspirando contactándose con dirigentes
de la guerrilla salvadoreña como Marcial Calletano Carpio y Shafick Handal; de
todo eso hablamos esa tarde, de esa mujer extraordinaria y su entrañable
amistad con Honduras, de la unidad entre ambos terruños, a pesar de los vacíos
generados por las visiones separatistas promovidas por el imperio y de la mal
llamada “guerra del fútbol”. Esa misma tarde, conocimos al mexicano Carlos
Tamez (hermano de la teóloga Elsa Tamez) y a Benjamín Cortés (Rector de la
Universidad Martin Luther King de Nicaragua), con quienes intercambiamos
palabras y compartimos sueños. Después, unos minutos después, poco a poco nos
enteramos que se habían dicho tantas cosas, que solo quedó el silencio,
absoluto, casi palpable y el olor a café suspendido en el aire de aquella tarde
que se extinguía. Nos despedimos con los compañeros y compañeras del MUR,
acordando de antemano los detalles del día siguiente. Luego, con Israel, solos,
rumiábamos ese primer encuentro, las palabras, los detalles, los abrazos, la
fraternidad, lo absurdo de las nacionalidades. Decidimos encaminarnos a la
cocina para cenar. Se nos acerca la señora responsable de los comensales: ¿De
dónde nos visitan? –Inquiere, mientras va poniendo la cena en los platos.
–Honduras, respondemos al unísono. Y para constatar esa hermandad entre estos
dos pueblos, ese espíritu de resistir que aún paladeábamos en algún rincón de
la consciencia: - ¡Ah, qué bien, tanto gusto! Disculpen que les haya preguntado
de dónde venían, no sabía que eran de los nuestros, es que en éste lugar,
“también” nos visitan extranjeros –concluye sonriendo. A cientos de kilómetros…
continuábamos estando en casa.
*Catedrático
y escritor. E-mail: alexdesantabarbara@yahoo.com
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