* Alex Darío Rivera M.
“Si Jesucristo
hubiese estado del lado de los opresores, hubiese muerto de viejo” Padre Andrés Tamayo
Al curiosear la compleja
biografía de Poncio Pilato, nos enteramos que fue designado como procurador de
Judea por parte de Tiberio a instancias de su prefecto pretorio: Lucio Elio
Sejano. Asimismo su intento fallido de romanizar Judea al introducir
imágenes de culto al César y su anhelo de construir un acueducto con los fondos
del Templo. Sus persistentes desavenencias con el pueblo judío
le obligaron trasladar a Cesarea (Jerusalén) su centro de poder a fin de
contrarrestar las revueltas de estos. Fue un acérrimo defensor del imperio
romano, de esa postura surge su odio personal contra Barrabás, quien, entre sus
delitos, se encontraba el asesinato de un soldado romano. Su carrera de
procurador finalizó cuando fue relevado del mando de Judea -en el año 36 ó 37
D. C.- luego de reprimir fuertemente una revuelta de samaritanos, en la que
crucificó a varios de los alborotadores. Algunos de estos retazos históricos han
llegado a nosotros gracias a las referencias de la época realizadas por
diversos personajes como Justino Mártir, el historiador romano Tácito, el
escritor de Alejandría (Egipto) Filón y el historiador Josefo. Pero más allá de
los detalles de su vida y de la inspiración que ha despertado en literatos como
Anatole France y James Joyce para la caracterización de algunos de sus
personajes más célebres, es su aparición en los evangelios y su vínculo directo
en la ejecución de Jesús. Según dichos evangelios, Jesús fue apresado por orden
de Caifás y los sumos sacerdotes, acusándolo de sedición por su identificación
con los pobres, su siempre postura crítica a los sumos sacerdotes y evidenciar
un no disimulado antiimperialismo. En virtud de que la pena capital solo podía
ser aplicada por los romanos, solicitaron a Pilato que lo ejecutara. Éste a
pesar de no encontrarlo culpable, deja que el pueblo enardecido e inconsciente
decida entre liberar a Barrabás o liberar a Jesús. El pueblo, liderado por los
mismos sumos sacerdotes, escoge la liberación de Barrabás y la crucifixión de
Jesús. Frente al fallo “popular”, Pilato, de forma alegórica, lavó sus manos
evadiendo su responsabilidad sobre tal decisión, mientras enunciaba una frase
que ha logrado trascender más de dos mil años de historia: "No soy
responsable por la sangre de este hombre". Asimismo, a partir de ese
momento, abrió la senda para que en el transcurso de las vicisitudes del ser
humano, siempre se establezcan analogías entre los hombres que ante sus
compromisos asumen una actitud evasiva de sus responsabilidades y éste
personaje de los evangelios. En este sentido, me parece que esa evocación de la
estampa de Pilato, pudiese poseer similitudes con el papel asumido antes,
durante y después del golpe de Estado por parte del cardenal Óscar Andrés
Rodríguez. Es preciso recordar que el Padre Fausto Milla después de denunciar
la masacre de más de trescientas personas en el río Sumpul, ocurrida el 14 de
mayo de 1980, fue obligado el 20 de enero de 1982 a abandonar el país. Al día
siguiente, en un reportaje publicado en diario Tiempo, el Padre Milla acusa al
Obispo Oscar Andrés Rodríguez de
complicidad con las Fuerzas Armadas y declaró que éste “más que un pastor
parece un coronel”. Entre las características comunes que se ponen de relieve
entre el Cardenal Rodríguez y Poncio Pilato, es su evidente lealtad con el
imperialismo, sino recordemos su fuerte oposición al socialismo del siglo XXI,
sus denuncias en contra de la Revolución Bolivariana y su silencio, apoyo y tolerancia
a los crímenes de lesa humanidad gestados desde los Estados Unidos de América
para con diversos pueblos del planeta. Su falta de compromiso -en la praxis- a
favor los sectores marginados de la sociedad hondureña, sino basta recordar su
indiferencia ante el vergonzoso hecho perpetrado por el gobierno usurpador al
suspender al Padre Andrés Tamayo su nacionalidad hondureña por identificarse
con las causas de los pobres. No olvidemos sus declaraciones en contra del
proceso de consulta denominado la Cuarta Urna y su fobia de consultar al pueblo
satanizando a los sistemas antiimperialistas de la sufrida América Latina.
Siempre denunció el supuesto “intervencionismo” del Presidente Hugo Chávez y
guardó silencio ante la permanente ocupación norteamericana de nuestra patria.
Siempre mostró desconfianza ante la solidaridad de la Alianza Bolivariana para
las Américas, pero nunca ante el entreguismo y la injusticia de los Tratados de
“Libre” Comercio. Los hondureños y las hondureñas que consideramos tener dignidad,
nunca olvidaremos aquel comunicado emitido por la Conferencia Episcopal
encabezada por el Cardenal Rodríguez en los primeros días del mes julio del año
anterior negando el golpe de Estado, asegurando que “las instituciones del
Estado democrático hondureño está[ba]n en vigencia”, que “sus ejecutorias en
materia jurídico-legal ha[bía]n sido apegadas a derecho” y “los tres poderes
del Estado está[ba]n en vigor legal y democrático de acuerdo a la Constitución
de la República de Honduras”, puesto que cuando Zelaya fue capturado por los
militares “ya no se desempeñaba como Presidente de la República”. Igual que
Pilato, -a lo mejor solo con su indiferencia- apoyo la represión, la tortura,
la censura y los asesinatos cometidos y que se continúan cometiendo en esta
Honduras, pero sin temor a dudas, la característica más parecida a del Cardenal
con el Procurador de Judea, es el cinismo que le ha aflorado al ahora aceptar
que lo ocurrido el 28 de junio del 2009, fue un golpe de Estado y negar su
participación en el mismo, a tal punto que lo único que le faltó decir de
manera literal fue: "No soy responsable por la sangre de este hombre
(Entiéndase Pueblo)".
Alex Darío Rivera M.
Catedrático y escritor. Email: alexdesantabarbara@yahoo.com
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