*Alex Darío Rivera M.
Llegué el 19 de julio, eran cerca de las
tres la tarde. Caminé por las polvorientas calles disfrutando de un aromático
puro copaneco. La fresca brisa apaciguaba el efecto violento de los rayos de
sol, mientras se levantaban ráfagas de polvo que tenía que sortear
entrecerrando los ojos. El bullicio de la gente usurpando la otrora
tranquilidad de las calles, las rancheras escapando por puertas y ventanas de
los expendios. Una enigmática amalgama de olores flirteaba con el olfato. En
apariencia todo estaba igual, como en otros años, al fin y al cabo, esa es la
dinámica de ese día –anterior- a la denominada festividad de la identidad
nacional que conmemora la gesta de resistencia indígena encabezada por el
cacique Lempira. Mantuve el paso hasta llegar a la Plaza de San Sebastián, me
divagué unos minutos en la feria campesina promovida por la organización Comal;
unos días atrás, Mario de Mezapa había hecho de las suyas con su rebelde canto.
Atravieso la feria y llego a la casa más hermosa de la ciudad, en su interior
se conserva la historia -de más de un siglo- de la familia Galeano. Me acerco
al zaguán y decido no empujar la enorme puerta, la golpeo para llamar, el temor
a los perros es algo con lo que no puedo lidiar mucho. Itzul abre el pesado
portón y me dirijo a la cocina (típico de occidente). Convocados en la mesa por
un fragante café encuentro al pintor nacional Mito Galeano, Ana Iris, Luna y
Misael Cárcamo; solo tuve tiempo para un breve abrazo a ellos, tirar la
mochila, paladear el café a grandes sorbos y salir corriendo a presenciar el
Festival de Teatro Infantil y Juvenil, allí nos encontramos al poeta y teatrero
Delmer López quien en compañía de “El Mega” eran los responsables de haber
“tallereado” las obras presentadas esa tarde. No dimensionamos el tiempo, se
fue “volando” en medio del frescor crepuscular de la antañona ciudad de
Gracias, la misma que fundaron Gonzalo de Alvarado y Juan de Chávez allá por el
año de 1536 con el nombre de Gracias a Dios, hoy cabecera del departamento de
Lempira. Al anochecer, después de presenciar alucinados la millonaria inversión
en fuegos artificiales ofrecida por los mal llamados “Padres de la Patria”, nos
dirigimos al restaurante “El Kandil” propiedad del amigo pintor Byron Mejía y
su esposa Ángela. Al ingresar al acogedor establecimiento, nos enteramos que
ofrecía un concierto musical el poeta y trovador Marvin Valladares Drago; entre
saludos, abrazos, sonrisas y tequila, estiramos esa noche hasta casi el
amanecer. La luz del sol abrió mis párpados, era viernes, aún de mañana. Me
baño a prisa, mudo la ropa del día anterior y salgo a la calle, la fresca brisa
matutina vaticinaba emociones. Tomo café pretendiendo ahuyentar el leve dolor
de cabeza, las pocas horas de sueño pesan. En una de las esquinas del parque
central, un grupo de docentes y vecinos gritaban consignas en contra del
Presidente del Congreso Nacional Juan Orlando Hernández, nacido en dicha tierra
y ahora precandidato oficialista a la Presidencia de la República por el
Partido Nacional, mismo que pretendía –como lo han hecho varios- utilizar la
celebración “de la identidad nacional” como una plataforma proselitista y
“aprovechar” las reuniones del Congreso Nacional que para esos días se muda –en pleno- hasta la ciudad graciana.
Ante esa visión utilitarista del “presidenciable”, una significativa cantidad
de docentes gracianos, dignos, se había negado a organizar el tradicional
evento ante las permanentes medidas impulsadas desde el Poder Legislativo en
contra del pueblo hondureño en general y, de manera particular, al gremio
magisterial. No queda más que unirme a la baraúnda, dejarme llevar, contagiado,
por ese valiente gesto de rebeldía. Me encuentro con amigos, acompaño y me
siento acompañado, gritamos consignas, cantamos, bailamos y la fiesta no para,
con las “puras uñas”. Los militares y la policía evitan el paso nuestro en
dirección a la tribuna, presienten la amenaza al circo demagógico montado – a
mata caballo- invitando a centros educativos PROHECO y a uno que otro educador
servil de municipios cercanos. Desintegramos el marullo y de uno en uno
comenzamos a reaparecer, entre la aglomeración de mirones, reencontrándonos
frente a la tarima donde los “politiqueros” esperaban el escueto desfile para
que se les rindiese la acostumbrada pleitesía. La fiesta nuestra no paraba, las
consignas gritadas cara a cara (pueblo y politiqueros), los cantos y el baile
atrasaban el “show”. Los “respetables” de la mesa “principal” no podían
esconder su frustración, hasta que se dio la orden de desalojo y comenzaron los
garrotazos. El vacío dejado por nosotros durante la expulsión, poco a poco fue
ocupado por afines al partido en el poder, pero al abrirse la brecha para
ellos, volvimos entrar: se cantó el Himno con la mano derecha –o izquierda-
levantada y cuando se le dio la participación a Hernández, la gente le gritaba
desmintiéndolo y abucheándolo, al final, el “discurso” fue breve y vacío
obligado por las circunstancias. Por la tarde, compartimos unas cervezas con el
poeta Salvador Madrid e impresiones sobre la incipiente gestión cultural en el
país. El sábado por la mañana, horas antes de que en la Casa Galeano se
presentara el libro: “La fábula del pájaro troglodita” de Marvin Valladares
Drago y compartiéramos con los compañeros escritores: Cesar Lazo, Edwin
Munguía, Israel Serrano y Otoniel Natarén, diversos medios de comunicación
alardeaban con su habitual intención de engañar: “Niños golpeados”; “Boicoteo
programado por el partido Libre”; “Gente desilusionada porque se echó a perder
el espectáculo de Lempira”… ninguno comentó sobre lo espontáneo de la
indignación popular, no hablaron acerca de la madurez política de esa tropa
valerosa, nadie dijo nada en relación a que el pueblo con menos frecuencia se
deja engañar y que por vez primera –en muchos años- se le ofreció un coherente
homenaje al señor de la sierra: resistiendo.
*
Catedrático y escritor.
alexdesantabarbara@yahoo.com
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