* Alex Darío Rivera M.
El estudio de la historia ha
ocupado el esfuerzo intelectual del ser humano desde la ruptura de su relación
simpatética con el resto de los animales. ¿Por qué? La respuesta no es tan
simple, pero la naturaleza del ser humano le obliga a vincularse afectiva o
intelectualmente al espacio geográfico y cronológico que cohabita. En torno a esas
dimensiones comienza a cuestionar su pasado para poder comprender su presente y
desde ese descubrimiento proyectarse a futuro; en ese sentido, esa extensión
histórica comienza a ser intrínsecamente significativa para nosotros. Desde
luego en ese andar, debemos entender la historia no como un desencadenamiento
lineal de hechos, personajes o referentes, sino que esa percepción debe ir más
allá, entenderse como un espiral ascendente que nunca se repite y que su
comprensión depende de la misma pregunta ¿Por qué ese hecho? ¿Por qué ese
personaje?
El desconocimiento de la
historia nos lleva a desconocernos, se carece del sentido de pertenencia que al
fin y al cabo es el arraigo afectivo con nuestro entorno, que de no ser
posible, dicho vacío, genera implicaciones ahondando nuestra vulnerabilidad.
Ese desconocimiento histórico nos convierte en una sociedad sin identidad, sin
valores, códigos y significados propios que propicien –en el pueblo-
capacidades de responder frente a modelos (políticos, sociales, culturales,
históricos, etc.) “ajenos”, impuestos por una cultura hegemónica que favorece
el sometimiento, la dominación y el consumo. Bajo esa dimensión, la indagación
histórica –incluyendo el presente-, por ser un camino en la búsqueda de la
explicación del ser, requiere de un carácter riguroso, despojado de
prejuiciosos sesgos y del permanente y exclusivo apoyo del sentido común,
puesto que detrás de determinada explicación pueden estar escondidos elementos
irreales cuya intención puede estar orientada a la mera réplica de determinado
orden o sistema dominante que podemos asumir como propios.
Al contrario, el conocimiento
de la historia debe llevar al ser humano a la rebeldía, al momento de reconocer
su longitud protagónica dentro de una sociedad de la cual él es parte activa.
La historia llevada a nosotros por diversos medios como la tradición oral, la
religión, las leyendas, etc., pero sobre todo, por los medios masivos de
comunicación, puede tener una fisonomía oculta, intenciones que nosotros
podemos dejar pasar por desapercibidas pero que tienen un contenido concreto
para determinado grupo de poder. Esa característica a mal acostumbrado al ser
humano a quedarse con la “verdad” que escucha, que ve o que lee, por lo tanto,
vale la pena poder dimensionar e intentar interpretar el hecho de que los
sucesos históricos como tales no develan realmente su esencia, si no se validan
por un proceso minucioso investigativo que devele su acontecer íntimo. Los
hechos como tales no dejan de ser una realidad objetiva, pero son carentes por
sí mismos de la explicación y la interpretación que únicamente a través de un
proceso de búsqueda científica, pero no menos carente de ética, se puede
alcanzar. Aquí deberían jugar un papel importante los intelectuales en la
socialización de esos procesos con la ciudadanía, pero en nuestra Honduras, los
intelectuales más que un compromiso con el “catracho” común, lo asumen con las
clases privilegiadas, los dueños de los
medios de producción, que al fin y al cabo son los mismos que nos gobiernan.
Entonces aparece –nuevamente-
la pregunta reiterativa ¿Por qué indagar? Para responderla a lo mejor basta un
ejemplo: En nuestro acontecer político, se ha desarrollado un proceso que desde
sus inicios ha estado sumido en todo tipo de artimañas (corrupción, fraude,
narcotráfico, monopolio político, abuso de poder, violación de los derechos
humanos fundamentales, enriquecimiento ilícito, olvido de los intereses
colectivos, etc. etc.). Pero a pesar de que todos estos elementos son conocidos
y comprobables, el sistema político hondureño no se encuentra en crisis, puesto
que las personas siguen creyendo fielmente en los enunciados de los políticos
tradicionales, pese a que los hechos históricos develan y ponen en evidencia su
desorden. Conviene observar el comportamiento fanático con el que nuestra gente
en estas vísperas de elecciones se abalanza en apoyo al bipartidismo que ha
sido incapaz de representar sus intereses durante toda nuestra historia
política. Esta actitud a muchos nos alimenta un sentido de impotencia y nos
lleva a plantearnos lo siguiente: ¿Será que vivimos en otro mundo? ¿Que no
entendemos cómo funcionan las cosas? ¿Habremos perdido nuestras esperanzas?
¿Hemos naturalizado la inoperancia de nuestros gobiernos para responder al bien
común? ¿El fanatismo político, la carente educación y la inexistente cultura
política pueden más que la realidad abrumadora que nos golpea con hambre,
enfermedad, falta de oportunidades, miseria, déficit de vivienda, inseguridad,
etc.? Creo que la respuesta a todas las preguntas es la misma: ¡sí! Puesto que
aunque percibamos la realidad de manera objetiva, muchas veces no hemos sido
capaces de comprenderla, indagarla a fondo. Desde muy pequeños se nos mutila la
inquietud, cuando niños preguntábamos a nuestros padres ¿Por qué?, casi siempre
recibíamos como respuesta: ¡No seas preguntón! Mientras tanto, la mayoría de
nuestros paisanos/as siguen apostando por los mismos, aunque la realidad les
grite poniendo en evidencia su incapacidad de propiciar el mejoramiento de sus
condiciones de vida, a pesar de que nacimos en un paraíso de riqueza natural
que bien permitiera bienestar para todos, pero que ese edén natural, se torna
discordante con la miseria en la que sobrevive nuestra gente.
*Alex Darío Rivera M. catedrático y escritor.
Email: alexdesantabarbara@yahoo.com
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