Alex Darío Rivera M.*
El esporádico tronar de la vedada pólvora, su olor
característico enajenando la brisa decembrina que irrumpe en los pulmones y el
mágico griterío que aún despierta en la niñez que habita las barriadas de mi
pueblo, me abre la aldaba de recuerdos infantiles de aquellas navidades
arrebatadas por el olvido, el tiempo, el materialismo y la mecanizada forma de
vivir heredada del capitalismo. La navidad de nuestra infancia, ahora, siendo
adultos, la buscamos por todas partes con el niño que fuimos dirigiéndonos como
lazarillo por las callejuelas donde soñábamos que la vida siempre sería
sinónimo de felicidad. A pesar de lo enfático de nuestra pesquisa, esa navidad
no la encontramos, no nos saluda con sus viejos matices, a lo mejor nos evade o
la evadimos, a tal punto de pensar, que ya se ha extinguido y que su
existencia, solo sobrevive en nuestra reminiscencia, de la cual regresamos con
profundos suspiros entre amenos y punzantes. Cuánta mezcla de emociones nos
despierta el tradicional sonsonetito que aún suena por las radios amenazándonos
sobre lo irreversible de “Aquellos diciembres que nunca volverán” y que allá en
lo insondable de nuestra razón, de antemano sabemos con toda certeza de que así
será, no solo por la imposibilidad del tiempo de volver atrás, sino por la
desaparición del sentido auténtico de aquellas navidades, cuando vagábamos con
nuestros amigos de la colonia por los márgenes de la quebrada Cataquila
buscando entre los despojos de la Noche Buena los cohetes que no explotaron,
mientras compartíamos entre todos, los tamales recalentados, el pedazo de
cerdo, el pollo horneado y la amistad sincera. Cómo no recordar los encuentros
con nuestros abuelos, tíos y primos donde se reforzaba la amalgama familiar y
los vecinos eran percibidos como una extensión de ese fraterno entramado, donde
el abrazo, el apretón de mano y el beso, eran los regalos mas preciados y
valiosos, donde estrenar ropa, pintar la casa y comprar delirios, no era un
afán colectivo ¿Por qué cuando adultos perdemos el verdadero sentido de la
vida? ¿Por qué al “crecer”, en sentido proporcional lo hace la indiferencia
hacia los otros, nos individualizamos, nos tornamos especuladores, aparece la
perspectiva del cálculo, de la ganancia y lo material desplaza lo eminentemente
humano? ¿Por qué cuando adultos el “Yo”, reemplaza al “Nosotros” de la
infancia? ¿Por qué cuando envejecemos caemos al espejismo de considerar el
“Ser” supeditado al “Tener”? ¿Por qué la felicidad se nos evapora cuando
comenzamos a percibir que nos despedimos de la infancia? ¿Por qué cuando niños,
la pobreza era compensada con la alegría y la fraternidad, por ello, menos
dolorosa? ¿Por qué cuando comenzamos a racionalizar nuestras existencias, el
egoísmo paulatinamente desplaza a la solidaridad? ¿Por qué con la aparición de
una gran cantidad de medios de comunicación, los Seres Humanos, nos comunicamos
menos y tenemos más dificultades para comprendernos y tolerarnos? No cabe duda
que el economicismo predominante, abanderando la teoría de que los mercados
buscan el equilibrio y la invitación permanente a creer que debemos dedicar la
vida a generar ganancias, ambas falsas “verdades”, han soslayado la compleja
dimensión humana desconociendo que ésta posee factores subjetivos impredecibles
no determinados por el materialismo, pues lo económico es solo una parte
cultural, mientras que la felicidad solo puede ser posible a través del
crecimiento humano, en sus dimensiones mental y espiritual, ambas mutiladas por
los agentes de socialización como la familia, la escuela y la sociedad durante
el camino de transición de niños a adultos. Ese camino al consumismo, ese
predominio de lo material y lo excesivamente racional ha trastocado el
recipiente de los valores, las creencias, las ideas, las tradiciones y demás
factores que marcan el rumbo histórico de una sociedad, que como la nuestra, ha
replanteado la dimensión de la navidad a pesar de la predominante crisis
económica y política, en términos de catálogos, mall, supermercados, cuentas
bancarias, modas, compras, tarjetas de crédito, promociones, boutiques, salones
de belleza, viajes, lujo y excentricidades, donde el desafío de buscar la
felicidad verdadera, de fomentar los valores como la justicia, la solidaridad y
la libertad no es prioridad, donde el natalicio del hijo de Dios no es la razón
de celebrar y, la posibilidad de reencontrarnos con nuestros familiares,
amigos, vecinos y con nosotros mismos, no existe, ni existirá mientras
continuemos empeñados en buscar nuestra esencia humana, en el falaz espejo de
lo material.
*Alex Darío Rivera M. Catedrático y escritor. Email: alexdesantabarbara@yahoo.com
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