Alex Darío Rivera M.*
Hoy en día, parece ser que el concepto de
democracia cada vez expresa menos. Para muchos no deja de ser solo una palabra,
una expresión y un término que de andar de boca en boca, se ha quedado afónico,
en el mejor de los casos disfónico o simplemente irreconocible, confuso. Al
ciudadano común, de tanto percibir el uso y el abuso de la frase “democracia”
en distintas prédicas y enfoques, a veces no le permite con claridad
identificar políticamente a quien la utiliza, otras veces es empleada como un
recurso demagógico para capturar la atención de las sociedades o para
camuflajear posturas ideológicas que lejos de favorecer la participación del
común del pueblo, limitan o condicionan esa posibilidad, conservando su
ejercicio exclusivamente a los grupos de poder. Todos conocemos que el canal para
verter esas posturas “democráticas” y permeabilizar a una sociedad como la
nuestra, cuya interpretación de la realidad está supeditada a lo que percibe en
las emisoras, la televisión y los periódicos, medios que claramente están al
servicio de los que quieren ocultar al pueblo nuevas y verdaderas posibilidades
de participar como sujetos políticos. A diario escuchamos que organismos
internacionales, empresas multinacionales, los Estados más “ricos” del mundo,
dirigentes políticos, económicos y sociales y hasta los politiqueros golpistas
hacen uso del término democracia para justificar sus ilegítimas acciones o
criticar lo que se pretende hacer en el camino hacia nuevos paradigmas
democráticos; ahora bien, lo realmente interesante en esto, es que si recuperamos
su significado “original”, es decir, la dinámica transformadora que
históricamente ha generado, nos daríamos cuenta que esa frase ha sido usurpada,
tergiversada y desnaturalizada, por tanto, urge recuperar su profunda acepción.
Actualmente esta clase social, económica, política,
militar y clerical que se ha instaurado de facto en el gobierno hondureño,
pretende hacernos creer que el ejercicio democrático no va más allá de la
igualdad de voto y de la libertad de elección de candidatos y partidos políticos
que se disputan los caudales públicos, sin lugar a dudas, estas reglas son
significativas, pero el verdadero concepto de democracia no se puede minimizar
y confundir con esas “normas” que no son más que eso (reglas) dentro de su
verdadero significado. Bajo esa falaciosa y malintencionada facundia conceptual
en torno a la democracia, no se nos menciona que la democratización no solo
tiene que ver con una igualdad jurídica, sino que tiene implicación con una
igualdad social y económica que se pretendía comenzar a impulsar con el proceso
que irrumpió la oligarquía el día 28 de junio por el temor que les genera
escuchar expresiones de reivindicación de la utopía social y la búsqueda de la
igualdad verdadera en los seres humanos de toda condición.
Ese discurso democrático que se nos repite a diario
y, que percibe la democracia exclusivamente como “voto y partidismo”, se ha
instalado en las escasas concepciones políticas de los hondureños, provocando
un profundo vacío y mutilación de nuestras posibilidades de incidencia en los
engranajes gubernamentales, pese a ello, nos da una ilusoria sensación y
certeza de ciudadanía; percepción irreal, puesto que carecemos de una
fehaciente capacidad de influir y convenir en la toma de decisiones que nos
competen directamente; tal es el caso de la crisis que atraviesa la denominada
democracia representativa, misma que de manera acelerada se deslegitima al
evidenciar que los supuestos representantes de los “ciudadanos” no están en
función de sus intereses, sino de una clase privilegiada que es a la que
verdaderamente representan; un claro ejemplo, la actitud del Congreso Nacional
que se atribuyó en nombre de un supuesto “pueblo” que representa, nombrar
arbitrariamente a un Presidente de la República que el verdadero pueblo, no
avala y demanda su destitución.
Ahora bien, como dice Joan Subirats: “la democracia
no tiene porque verse como un fin en sí misma”, en todo caso, no albergaría
tanta importancia; el gran desafío de la democracia es como nos alumbra la
senda para la consecución de una sociedad justa, donde la libertad y la
igualdad no sean solo enunciados idealísticos, sino que nos conduzca a
desaprender los vicios restrictivos y formalistas heredados de éste anticuado
modelo de democracia que ha germinado y robustecido en este sistema económico
capitalista. Esta nueva tendencia democrática nos debe permitir consolidar un
sentido crítico de la realidad a tal punto que nos convenza que somos entes que
podemos modificarla favorablemente en función del bien común, un espacio
societal, donde el ser humano y nuestro universo sea visto y entendido como un
todo, que soslayemos lo material ante los pequeños detalles que nos da la vida,
donde el nosotros impere sobre el yo y, por ende, la acumulación desmedida no
sea la prioridad humana; una democracia que nos lleve a un punto de encuentro,
donde las relaciones humanas, no sean necesariamente mercantiles, pues al fin y
al cabo, la economía solo es un artilugio humano a favor de los seres humanos y
no a la inversa, por eso es que esta visión de democracia, mueve los miedos de
las oligarquías, porque evidentemente obligaría poner límites a ese enfoque
avorazado de la expansión del poder empresarial que han aseverado la
injusticia, la desigualdad y nos presenta un borroso hoy, donde el mañana para
muchos, sigue pareciendo desesperanzador.
*Alex Darío Rivera M. Catedrático y escritor.
E mail: alexdesantabarbara@yahoo.com
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