*Alex Darío Rivera M.
Nuestra gente, muchas veces sin entrar en un
profundo proceso de reflexión, termina acuñando frases cargadas de ironía y
genialidad, que escuchadas en la convergencia exacta del espacio y el tiempo,
nos generan diversas sensaciones que van desde la risa, la reflexión, hasta
algunas veces rozar la tristeza. Si en algo nos caracterizamos los
“Pateplumas”, es en esa enorme capacidad creadora de la que echamos mano al
momento de comunicarnos con otros seres humanos. Nadie puede dudar que un
nacido en esta tierra, posea esa inventiva, misma que saca de la manga de la
camisa de manera espontánea, poniendo de relieve esa ocurrencia que a flor de
piel traemos, aflorando en momentos inesperados, pero siempre en el instante
preciso. Esta tarde, en una de las pulperías de la colonia, me aprestaba a
comprar algunos abarrotes para abastecer la cocina. Sumido en esas
introspecciones que con alguna frecuencia vagabundeando por el interior de
nuestro pensamiento provocan un aislamiento involuntario con el entorno,
esperaba mi turno, sin percatarme que justo a mi lado, un joven vecino prestaba
atención al aparato de televisión que sobre un viejo refrigerador emitía los
comentarios casi eufóricos de una voz que me pareció “familiar”, pero que a la
vez, sin estar consciente hasta ese momento del por qué de dicha impresión,
provocaba en mi interior una percepción desagradable. Los tonos policromos
destellaban desde aquel dinosaurio de la marca Toshiba, jugando a dibujar
dragones en las paredes de la “trucha” de Jorgito, como en un viejo cuadro
impresionista de Van Gogh o Monet. Todo ello, sonido y colores, en ese momento
carecían de interés para ese inesperado cliente en el que me había convertido.
Casi con certeza, en esos instantes, en mi cabeza jugueteaban las recientes
imágenes vespertinas de mis alumnos y alumnas del área de Promoción Social ensayando teatro y
danzas folclóricas o las matutinas, esas estampas de los jóvenes disfrutando de
la música, el teatro y los bailes ofrecidos por los improvisados artistas en
los que nos habíamos convertido sus profesores del colegio, ofreciéndoles la
bienvenida en su condición de estudiantes. De aquella silueta casi
imperceptible que me acompañaba, solo fui consciente, cuando de su juvenil voz,
se desprendió una frase que de primera intención me pareció curiosa: “Más
falso que un billete de a tres”. Frase, que a pesar de ser curiosa por el
concepto de falsedad que se afirma en ella misma, puesto que en nuestro país no
se emiten billetes de tres (Lempiras), me invadió de significado cuando acosé
la dirección de su mirada, misma que se dirigía a ese antiquísimo aparato de
televisión, en la que con toda claridad leí: “¿Le parece bien a Usted, que el congreso Nacional mediante referéndum
derogue el Estatuto del Docente hondureño?” Y abajo, lo que a
todas luces a mi juvenil vecino le pareció “más falso que un billete de a
tres”: “Si: 85% No: 15%”. Al mismo tiempo y de manera enfática,
la voz de Wong Arévalo invitaba a los hondureños para que participáramos en la
teleencuesta de su “Abriendo Brecha” y tener la oportunidad de ganar cinco mil
Lempiras, si la suerte está de nuestro lado. Recogí lo del mandado, era apenas
una pequeña bolsa plástica, salí a la calle todavía esbozando una sonrisa
curiosa y parafraseando –entre labios- aquel joven del cual no tuve ni la
iniciativa de preguntar su nombre: “Más
falso que la teleencuesta de Wong “.
*Catedrático y escritor.
Email: alexdesantabarbara@yahoo.com
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