* Alex Darío Rivera M.
Gran fracción de lo que hoy
conocemos como el departamento de Santa Bárbara formó parte de los Partidos de
San Pedro y Tencoa; este último, fue en los periodos precolonial y colonial un
punto de convergencia comercial y cultural debido a que dicha comarca es
atravesada por los ríos Ulúa, Jicatuyo, Chamelecón y Gualcarque, todos
favorables a la pequeña navegación de canoa, condición idónea para conformar lo
que fue una importante red de comercio, sin olvidar, su estratégica ubicación
cercana a la costa norte y a la Capitanía General de Guatemala.
El Partido y Encomienda de
Tencoa estaba “conformado por doce
poblados en espacio de trece o catorce leguas entre los que podemos mencionar
Tencoa, Ojuera, Ymalera, Celilaca, Suchitepeque, Jalapa, Carcamo,
Quetzaltepeque, Macholoa, Ilamatepeque, Gualala y Yamalá, pueblos que para el
año de 1632 tienen mil y cien (1100) personas de confesión, su lengua materna
es Care y tienen tres religiosos eminentes en esta lengua que les administran y
predican” (Fray Francisco Gonzáles. 1632).
En torno a estos pueblos, muchos de los cuales lograron sobrevivir al
exterminio de la “conquista”, giraba gran parte de las relaciones comerciales
y, por supuesto esa interacción supuso el intercambio de una amplia amalgama de
costumbres, ritos y tradiciones que lamentablemente se han ido soslayando al
pasar del tiempo. Una de estas celebraciones tradicionales es el Guancasco que
se celebra entre los pueblos de Ilama, Gualala y Chinda en el departamento de
Santa Bárbara. Ceremonia que ha llegado hasta nosotros producto de un marcado
sincretismo religioso, pero cuya festividad paulatinamente pierde
trascendencia.
Con Cristóbal de Olid llegó un
gran contingente mejicano que se estableció en Naco, villa que con anterioridad
había mantenido contactos comerciales con Méjico. La llegada de dichos
indígenas mejicanos significó una marcada influencia cultural en las
poblaciones del sector, tal es el caso que lograron conformar pueblos en
Honduras como Mejicapa (Cerca de Gracias), impusieron patronos religiosos en
varias poblaciones, como ocurrió en Gracias con la virgen de Guadalupe o la
“lingua franca” nahoa que se arraigó en estas tierras. A partir de ese fenómeno
migratorio y cultural, varios historiadores consideran que el Guancasco es una
huella de ellos (mejicanos) en nuestro folclor, consideración ésta que se pone
en duda cuando el cronista español de Herrera (Siglo XVI) manifiesta en su
escrito titulado “De las costumbres, i ritos de los naturales de Iberas, i de
Honduras” << Por uso antiguo, sin
otra causa, se hacían guerra, I se arrebataban de sus heredades, I no estaban
seguros, sino quando havia sus pases acordadas, en ciertos tiempos del año, que
duraban… pero lo que no tenían paz jamás, eran los diferentes en la lengua>>.
Dando fe de que el comentario
del cronista Herrera hace alusión a lo que conocemos como Guancasco, existe un
elemento de auxilio que permitiría desvirtuar la asignación de dicha tradición
como una herencia mejicana. Esta justificación es de tiempo. Desde la llegada
de los mejicanos con Olid, hasta la fecha en que de Herrera recoge su vivencia,
es casi imposible que el Guancasco si hubiese sido traído por los mencionados
indígenas se extendiera y adoptara por parte de los poblados indígenas de estas
tierras. Esta aseveración permite, casi con total certeza, que de coincidir la
descripción del cronista con lo que conocemos como Guancasco, esta ceremonia se
celebraba en estas tierras antes de la llegada de los indígenas mejicanos. Sin
duda alguna, el cronista se refería a la costumbre Lenca de luchar entre ellos
y establecer pactos de paz en determinados momentos, estos sucedía únicamente
entre los pueblos que hablaban la misma lengua, gracias a estos pactos se
facilitó la confederación indígena de Elempira en el año de 1537 que permitió
oponer resistencia a los españoles, solo a través de dichos pactos pudieron
unirse los diversos señoríos y resistir durante un tiempo a ser “conquistados”.
Para describir el Guancasco
que celebran las comunidades santabarbarenses ya mencionadas, basta con
transcribir la percepción que en los años treinta el poeta, dramaturgo e
historiador ilameño José María Tobías Rosa tenía de dicha celebración “los vecinos del municipio de Ilama
comenzaban a recibir cada primero de febrero, grandes peregrinaciones de
Gualala y Chinda, estos llegaban acompañando las imágenes que habían salido a
colectar limosnas para la festividad que iniciaba ese día. Al aproximarse las
peregrinaciones, los/as vecinos/as salían a su encuentro, conducían las imágenes
a la iglesia en donde las depositaban junto con las limosnas recogidas durante
la peregrinación. Los/as visitantes eran trasladados al Cabildo Municipal,
donde se les proporcionaban guacales de chilate, sus respectivos buñuelos,
torrejas o pan enmielado.
Mientras comían, los oradores de Gualala y Chinda pronunciaban amplios
discursos de hermandad entre dichos pueblos, enfatizando no dejar relegada
nunca esta antigua y tradicional costumbre; luego, el orador de Ilama también
discursaba, a la vez ofrecía el chilate con el que los vecinos/as reciben a los
amigos visitantes. En seguida, iniciaba la fiesta que duraba hasta el día
siguiente. Como los Guancascos son recíprocos, el pueblo ilameño de igual
manera va con sus peregrinos a Gualala en el mes de enero y a Chinda en el mes
de agosto, fechas que en estos pueblos celebran sus festividades”.
Durante años, el Guancasco ha
sido un pretexto de encuentro para hermanarse, compartir y convivir. En sus
celebraciones se han acuñado frases celebres que se quedaron prendidas en la
memoria popular y se transfieren de generación en generación gracias a la aún
vital tradición oral. Una de ellas, la enunció un gualaleño en el marco de
dicho rito apoteosis y narra de manera metafórica el designio del festejo: “Como el bejuco de matapalo que se abraza
por siempre al centenario árbol de higo en esta plaza ilameña, así se abrazarán
por siempre nuestros pueblos, en un abrazo de hermandad”.
Pese a que el sentido del
intercambio, la hermandad, la solidaridad y el respeto, hoy más que nunca
tienen vigencia en una sociedad convulsionada, la celebración del Guancasco
como muchas otras tradiciones se extingue aceleradamente. Un rasgo cultural en
el cual podemos interpretarnos, cada año mengua, fortaleciendo aún más nuestro
desarraigo, puesto que por ello tal vez, el antropólogo francés Claude
Lévi-Strauss se refiere a la “crisis de
identidad”, calificándola como el “nuevo mal del siglo”.
Él afirma que: “cuando se
hunden hábitos seculares, cuando desaparecen modos de vida, cuando se evaporan
las viejas solidaridades, es fácil por cierto, que se produzca una crisis de
identidad”.
*Alex Darío Rivera M. Catedrático y escritor.
Email: alexdesantabarbara@yahoo.com
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