*Alex Darío Rivera M.
Es un ermitaño que deambula por las solitarias
sinuosidades de la ciudad de Santa Bárbara, todo el pueblo lo conoce, nadie
sabe verdaderamente quién es. Su historia, es una antitesis del personaje
homónimo que narra el Génesis bíblico.
Su nombre es Caín, por lo menos con dicha gracia lo
identifican, aunque no pueda corroborarse por ningún certificado de nacimiento,
bautismo o defunción. Es un hombre de pocas carnes, de aspecto casi mitológico
o fosilizado. Su fisonomía, que casi siempre la enmarca una barba grisácea a
medio crecer y un remedo de gorra, más que
a perturbado semeja a un erudito, un Rasputín sin realeza.
Carga en su mano izquierda una vara de “güesillo”
como camarada inseparable, siempre sus manos y su báculo dispuestos a limpiar
las cunetas, esquinas y aristas de las angostas aceras cundidas de basura por
la gente “cuerda” del pequeño poblado, que sigue siendo la llamada ciudad que
según algunos fundó Matías de Gálvez y Gallardo.
No podemos olvidar del susodicho, que desde
generaciones atrás se ha ganado el reconocimiento y la admiración de los
vecinos por su eficaz y precisa función de calendario, cancionero, horóscopo y
almanaque. Anuncia sin nadie preguntar las ferias patronales de cada municipio,
aldea y caserío. Chifla en su chifladura o tararea las melodías de antaño que
para los jóvenes son enigmáticas e ignotas. Predice acontecimientos personales,
divulga los solsticios y equinoccios, pronostica los cambios climáticos y los
movimientos lunares y, cómo estos afectarán en el buen o mal “humor” de la
gente, a la que, evade silbando una melodía antiquísima elevando la vista al
infinito, donde seguramente pertenece, en una mueca que le frunce la frente e
irradia desdén.
Su retrato de cuerpo entero, evidencia el arqueo de
su espalda con innegable ausencia de sus posaderas. Su piel, tiene un aspecto a
tambor de cuero curtido o a manuscrito en papiro, como secuela de su permanente
intemperización. La pose, no deja de ser elegante, recarga su vara sobre el
bíceps sosteniendo un extremo con su mano. El pie izquierdo adelante, recarga
su descarnada estructura corporal en su pierna derecha, -mientras- el
“chiflado” vuelve a chiflar la tonadilla de la canción: El puente roto.
Hola patroncito, saluda cuando quiere… ¿tiene algo
ay? pide raras veces, menos que algunos de sus convecinos, de esos que lo
tienen por loco y que pese a tener todas sus “facultades” se dedican a la
indigencia, ya sea en un cargo público, un equipo de fútbol o recibiendo la
provisión alimenticia por parte de una institución de las que llaman
filantrópica, de esas que mutilan las iniciativas de la gente como estrategia
de sumisión.
Volviendo a nuestro personaje, desde que yo era
niño, él sigue siendo idéntico, no cambia, es el mismo -eso también dicen mis
padres y quizás lo dijeran mis abuelos. Es imperturbable al tiempo, al abandono
y a la desidia de una sociedad del cual dice estar orgulloso considerándole una
entidad cultural o folclórica. Poetas le han dedicado sus más inspirados
versos, los escasos pintores del pueblo han plasmado su estampa en lienzos y,
los fotógrafos, estos han dilapidado rollos de película por capturar sus muecas
y monerías. Otros, han dedicado líneas, intentando narrar lo indecible sobre su
supervivencia y modus vivendi, entre
estos últimos, vergonzosamente me identifico yo. Es una pedantería extraña y
discordante, nadie le tiende la mano, pocos le dan un pan, otra mudada o un
corte de pelo y barba, casi siempre, los dadivosos son los que tienen poco que
ofrecer.
Sobre él, se retuercen numerosas historias y mitos
en permanente búsqueda de dilucidar su misterio. Algunos aseguran que laboró en
un municipio cercano como maestro de educación pública y que allí se apareó con
una hermosa mujer que al percibirlo inalcanzable a sus sentimientos e
intensiones le mandó “hacer mal”, sin temor a parecer grosero, para “bien” de
las generaciones posteriores que hemos tenido el privilegio no de conocerlo,
sino de desconcertarnos ante su simbólica existencia, a su heroica
supervivencia en una sociedad que se deshumaniza en el mismo sentido
proporcional en que lo material adquiere significado.
Entre muchos enigmas que lo envuelven, uno es la
incertidumbre general de su lecho nocturno de descanso y de los lugares donde
hace sus necesidades fisiológicas y se baña, si es que lo hace. En realidad,
nadie se atreve a decir abiertamente que está trastornado, aunque unánimemente
lo creen. Cuando lo aprecio de cerca tengo la convicción que lo perturbado, es
justamente lo que lo rodea. Él, en su esencia es él, nosotros en nuestra
condición no somos más que una réplica de lo que esta trivial sociedad nos
orienta e impone.
A veces, creo que la locura más franca está en el
gentío que lo tiene por chiflado. Él, en medio de la “cordura” que lo rodea, se
inserta en su demencia. Construye su propio mundo, erige puentes y se desdobla
anímicamente escapándose de nosotros… quizás de la locura, silbando, sonriendo
solo, quitando basura, simulando pensar, en fin… forjando ser loco, cerrando su
portezuela… ingresando a su propia dimensión, extensión que ignoramos.
Por ahora, me entretengo pensando, rumiando una
interrogante: Su empeñosa faena de hacer a un lado la basura ¿será en su
interior una metáfora nuestra?
*Alex Darío Rivera M. Catedrático y escritor. Email:
alexdesantabarbara@yahoo.com
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