*Alex Darío Rivera M.
“La verdadera
tragedia de los pueblos
no consiste en el
grito de un gobierno autoritario,
sino en el silencio
de la gente”. Martin Luther King
Recientemente habían lavado las
baldosas de argamasa en el bullicioso mercado de La Lima, quedando un lodazal
fino, un olor a tierra mojada y un chasqueteo de los pazos, al caminar de los
primeros clientes. La mulata Santos, mejor conocida como La Santona por su
enorme cuerpo, brazos como mazos, caderas enormes y una gordura que rebalsaba
del delantal, mulata de mil batallas como locataria dedicada a la venta de frutas
y verduras, famosa entre ese mundillo del mercado por su fortaleza física, su
actitud conflictiva, lengua ligera y especulativa. Asimismo, era conocida por
ser la madre del “Bandido” Hernández, famoso delantero del Club de Fútbol
Hibueras, dirigido en ese entonces por el Comandante de Armas Coronel Eduardo
Galeano, el testaferro de la dictadura de Carías y fiel servidor de la United
Fruit Company. Esa mañana, La Santona, de manera no intencionada, con una de
sus caderas rozó la canasta de verduras de su más enconada rival, haciéndolo
rodar en aquel piso fangoso. La Santona, al enterarse del incidente, se tomó la
cabeza y se agachó a recogerlas, mientras Rubenia despotricaba con todas las
groserías que nadie pueda imaginar. Los conflictos entre ambas, eran famosos en
toda la ciudad, a pesar de ello, las amenazas nunca habían llegado a los
golpes. La Rubenia salió corriendo hacia la Comandancia, con los ojos cargados
de odio y furia, espuma se le escapaba de la boca, cual animal rabioso. Los
soldados, todos ellos sicarios al servicio de la dictadura y la compañía
bananera, denominados, curiosamente, con el nombre de Guardia Blanca, en esa
ocasión, quedaron indefensos cuando la vieron llegar, haciéndose a un lado. En
ese preciso momento Guayo Galeano, bajaba de su oficina ubicada en la segunda
planta de la comandancia, se dirigía al bramadero, lugar donde tenía atado de
las manos a un “revoltoso” del Partido Democrático Revolucionario Hondureño,
mientras otro de sus serviles, lo azotaba parsimoniosamente. ¡Comandante
escúcheme! –gritó Rubenia. Esa negra cabrona de La Santona tiró una de mis
canastas al piso, si Usted no hace nada, yo voy a matar esa puta –aseveró
temblando de rabia. Levantó la mano llamando a un tal Toñón y con aquella voz
de muchachita, Guayo Galeano, dijo: Toñón, anda al mercado y te traes a La
Santona para arreglar este pleito de viejas. Toñón salió por la puerta frontal
de la comandancia, agarrándose con la mano derecha el revólver y la cachucha
con la otra. Diez minutos después regresaba Toñón acompañado de La Santona.
Haber Santona, quiero que se arreglen las cosas de una vez, ese pijeo entre
Rubenia y vos, hoy queda resuelto –chilló Guayo. Móntense verga –dijo mientras
empujaba a La Santona en la dirección donde Rubenia se relamía esperándola con
una ira indescriptible. Fue un encuentro de fieras, tirones de pelo,
pescozadas; rodaban por la comandancia hechas un nudo. Las mordidas arrancaban
gritos que se escucharon en toda La Lima. Toda esa escena ocurría ante la
mirada perspicaz del Guayo Galeano y sus matones, quienes entre carcajadas,
disfrutaban el espectáculo. Poco a poco la fortaleza de La Santona se impuso
ante la Rubenia, quien tirada boca arriba, era incapaz de cubrirse de los
golpes que su opositora le propinaba en el rostro. Santonaaa –aulló de nuevo
Guayo Galeano. Ella volvió la vista hacia el comandante, quien levantó su dedo
índice en señal de aprobación, pero luego, giró la mano dejando el dedo hacia
abajo. La Santona, nadie se explica cómo, le entendió la mueca. Arremangó su
falda, se bajó el enorme calzón que cubría sus carnosas intimidades y comenzó a
resbalar su azabache órgano reproductor sobre el rostro de Rubenia. Así se hace
justicia en este pueblo hijos de puta, como el cónsul norteamericano Stout la
propone; como mister Turnbull gerente de la United Fruit Company la paga; como
el doctor y general Carías la ordena y, como yo, Guayo Galeano la aplica.
Volvió a bramar en postura salomónica, con su voz de mujercita.
* Catedrático
y escritor. alexdesantabarbara@yahoo.com
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