miércoles, 23 de octubre de 2013

El poder en los tiempos de las bananeras




*Alex Darío Rivera M.

“La verdadera tragedia de los pueblos
no consiste en el grito de un gobierno autoritario,
sino en el silencio de la gente”. Martin Luther King

Recientemente habían lavado las baldosas de argamasa en el bullicioso mercado de La Lima, quedando un lodazal fino, un olor a tierra mojada y un chasqueteo de los pazos, al caminar de los primeros clientes. La mulata Santos, mejor conocida como La Santona por su enorme cuerpo, brazos como mazos, caderas enormes y una gordura que rebalsaba del delantal, mulata de mil batallas como locataria dedicada a la venta de frutas y verduras, famosa entre ese mundillo del mercado por su fortaleza física, su actitud conflictiva, lengua ligera y especulativa. Asimismo, era conocida por ser la madre del “Bandido” Hernández, famoso delantero del Club de Fútbol Hibueras, dirigido en ese entonces por el Comandante de Armas Coronel Eduardo Galeano, el testaferro de la dictadura de Carías y fiel servidor de la United Fruit Company. Esa mañana, La Santona, de manera no intencionada, con una de sus caderas rozó la canasta de verduras de su más enconada rival, haciéndolo rodar en aquel piso fangoso. La Santona, al enterarse del incidente, se tomó la cabeza y se agachó a recogerlas, mientras Rubenia despotricaba con todas las groserías que nadie pueda imaginar. Los conflictos entre ambas, eran famosos en toda la ciudad, a pesar de ello, las amenazas nunca habían llegado a los golpes. La Rubenia salió corriendo hacia la Comandancia, con los ojos cargados de odio y furia, espuma se le escapaba de la boca, cual animal rabioso. Los soldados, todos ellos sicarios al servicio de la dictadura y la compañía bananera, denominados, curiosamente, con el nombre de Guardia Blanca, en esa ocasión, quedaron indefensos cuando la vieron llegar, haciéndose a un lado. En ese preciso momento Guayo Galeano, bajaba de su oficina ubicada en la segunda planta de la comandancia, se dirigía al bramadero, lugar donde tenía atado de las manos a un “revoltoso” del Partido Democrático Revolucionario Hondureño, mientras otro de sus serviles, lo azotaba parsimoniosamente. ¡Comandante escúcheme! –gritó Rubenia. Esa negra cabrona de La Santona tiró una de mis canastas al piso, si Usted no hace nada, yo voy a matar esa puta –aseveró temblando de rabia. Levantó la mano llamando a un tal Toñón y con aquella voz de muchachita, Guayo Galeano, dijo: Toñón, anda al mercado y te traes a La Santona para arreglar este pleito de viejas. Toñón salió por la puerta frontal de la comandancia, agarrándose con la mano derecha el revólver y la cachucha con la otra. Diez minutos después regresaba Toñón acompañado de La Santona. Haber Santona, quiero que se arreglen las cosas de una vez, ese pijeo entre Rubenia y vos, hoy queda resuelto –chilló Guayo. Móntense verga –dijo mientras empujaba a La Santona en la dirección donde Rubenia se relamía esperándola con una ira indescriptible. Fue un encuentro de fieras, tirones de pelo, pescozadas; rodaban por la comandancia hechas un nudo. Las mordidas arrancaban gritos que se escucharon en toda La Lima. Toda esa escena ocurría ante la mirada perspicaz del Guayo Galeano y sus matones, quienes entre carcajadas, disfrutaban el espectáculo. Poco a poco la fortaleza de La Santona se impuso ante la Rubenia, quien tirada boca arriba, era incapaz de cubrirse de los golpes que su opositora le propinaba en el rostro. Santonaaa –aulló de nuevo Guayo Galeano. Ella volvió la vista hacia el comandante, quien levantó su dedo índice en señal de aprobación, pero luego, giró la mano dejando el dedo hacia abajo. La Santona, nadie se explica cómo, le entendió la mueca. Arremangó su falda, se bajó el enorme calzón que cubría sus carnosas intimidades y comenzó a resbalar su azabache órgano reproductor sobre el rostro de Rubenia. Así se hace justicia en este pueblo hijos de puta, como el cónsul norteamericano Stout la propone; como mister Turnbull gerente de la United Fruit Company la paga; como el doctor y general Carías la ordena y, como yo, Guayo Galeano la aplica. Volvió a bramar en postura salomónica, con su voz de mujercita.

* Catedrático y escritor. alexdesantabarbara@yahoo.com

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