miércoles, 23 de octubre de 2013

El maestro, referente en el liderazgo comunitario





* Alex Darío Rivera M.

Teniendo a la memoria histórica como referente y testigo, en torno al maestro han girado los procesos organizativos comunitarios, en los cuales, a su vez, ha descansado el escaso andar en el camino hacia el progreso y desarrollo de muchas comunidades hondureñas, incipiente caminar que ha sido posible gracias a las diversas acciones de gestión e incidencia política encabezadas por los educadores de este país.

Situados en el anacrónico hoy, cuando atisbamos el pasado en busca de conocer y reconocer el papel del maestro en el contexto local, nos encontramos que en ese devenir histórico del ayer, el protagonismo del docente fue más plausible, eran las personas que asesoraban a las organizaciones comunitarias, acompañaban a sus vecinos en la búsqueda de resolver la problemática que les aquejaba y ejercían un liderazgo pleno por sus impecables características profesionales y humanas. La labor del educador de aquellos años, que en la mayoría de los casos su formación profesional era “empírica”, devengando un salario raquítico que no siempre le saldaban en efectivo sino con especies como granos básicos, gallinas, etc. y sin ningún tipo de derechos laborales, estaba caracteriza por su empeño, compromiso y capacidad de entrega a los demás, actitud esta, que compensaba -de manera quijotesca- sus debilidades académicas. Actualmente –sin llegar a generalizar-, esa mística estampa del mentor se difuminó convirtiéndose aceleradamente en un sugestivo recuerdo, donde la labor docente no siempre trasciende las cuatro paredes del salón de clases.

Cuando revisamos con detenimiento el Estatuto del Docente, particularmente en lo correspondiente a su “Naturaleza, Fines y Objeto”, manifiesta que el mismo “Tiene como propósito dignificar el ejercicio del magisterio…asegurarle al pueblo hondureño una educación de alta calidad (artículo 1)”, esto evidencia un reconocimiento o aceptación de que el accionar magisterial ha perdido su esencia, pero sobre todo, parte de su dignidad, enfatizando que al mencionar la palabra dignificación, no solo signifique mejorar las condiciones socioeconómicas de los educadores para con ello “dignificar el magisterio”, sino que lleve implícito asumir el verdadero rol del maestro y así, hacer referencia a una verdadera dignificación.

Para contextualizar esa realidad, basta echar una ojeada a Santa Bárbara, departamento este que como en el resto del país, más del 75% de la población se encuentra por debajo de la línea de pobreza, agudizada por los problemas de nutrición, salud, baja escolaridad y deterioro ambiental. El análisis por departamento muestra que los que presentan menores progresos en desarrollo humano son aquellos sin acceso a las costas, de topografía montañosa y fronterizos, lo que implica que el país continúa con un patrón de desarrollo espacialmente inequitativo. Los niveles de violencia se han agudizado en los últimos años como consecuencia del desempleo, la desintegración familiar, la inestabilidad en los precios del café y un súbito aumento del crimen organizado, que en los departamentos fronterizos, como el nuestro, se da en mayor medida constituyendo los corredores principales.

En este maltratado departamento, mas del 62% de los niños regresan a la escuela hasta que han transcurrido los meses de la cosecha del café donde algunos se ganan los uniformes y los útiles escolares, pero la gran mayoría ni eso, puesto que muchas familias abonan o cancelan las deudas adquiridas con sus patronos durante el año. Si bien muchas escuelas tienen asistencia de niños y niñas se debe en gran parte a la merienda escolar y a los recursos que –algunas veces- ponen a disposición de las esuelas y de las comunidades las organizaciones no gubernamentales mediante sus programas de acompañamiento, intervención y prevención de dicha vulnerabilidad.

Frente a ese desalentador cuadro, una de las únicas posibilidades que aún se vislumbran es apostar por el mejoramiento de los niveles educativos de la población, cuando hablo de ello, no me refiero exclusivamente al interior de las aulas de clases, sino desde los diversos espacios comunitarios que podamos convertir en plataformas de participación y compromiso por modificar favorablemente esa realidad. Desde luego en esa panorámica, nos encontramos frente a un reto de grandes proporciones, más aún, si tomamos en consideración la diversa problemática estructural, entre la cual podemos mencionar algunos: 1)- El soslayo por parte del Estado hondureño como garante del derecho fundamental de todo hondureño de accesar a una educación de calidad; 2)- Como consecuencia de esa primera limitante, la cobertura educativa es insuficiente, la actitud ética de algunos docentes es “mediocre” e irresponsable; 3)- El sistema educativo, como una instancia supeditada a las bancadas políticas partidistas tradicionales y, 4)- El sistema educativo nacional, carente de un sistema riguroso y permanente de monitoreo y evaluación, libre de politización y/o cualquier otro factor que atente contra la calidad de ese servicio educativo.

Frente a esa monstruosa “macroadversidad”, a veces consideramos que muy poco podemos hacer para cambiarla, pero el docente no debe olvidar que como agente de cambio puede transformar la vida de muchos niños y niñas, hondureños y hondureñas que puedan demandar y forjar una Honduras mejor, para ello, se requiere que su accionar trascienda sus compromisos meramente escolares vinculándose activamente a ese universo al cual se debe, llamado: Comunidad.

*Alex Darío Rivera M. Catedrático y escritor. Email: alexdesantabarbara@yahoo.com

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