* Alex Darío Rivera M.
Me apresté a revisar los correos electrónicos, como un hábito cotidiano, antes de sentarme a trabajar en lo que desde el día anterior he visualizado. Casi siempre, el abrir un mensaje depende de mi estado de ánimo al leer el título, si no es un tema de interés en ese momento, lo postergo o marco como leído, para otra ocasión, más bien, para otro estado de ánimo. En esta ocasión, el título de uno de ellos anunciaba “Deuda Externa”, me pareció un tema trillado y tedioso. Pese a ello, lo abrí; la velocidad del internet estaba más lenta que nunca, el archivo era grande y en varias oportunidades intenté o pensé -no recuerdo- cancelar la descarga.
Cuando abrió, apareció en la pantalla la imagen de un hermoso bordado peruano
con motivos indígenas, sobre él se podía leer: “12 de Octubre, Redescubrir
América sin negar el Viejo Continente”. Cuando comencé a leerlo, entre una
diapositiva y otra, las imágenes presentadas eran espectaculares, obras de arte
realizadas con motivos indígenas de nuestros pueblos latinoamericanos, llenas
de colorido, alegría y belleza, como un fiel reflejo de esa lectura del mundo
que aún guardamos muy dentro de nosotros y que las circunstancias económicas,
políticas, sociales e ideológicas “extranjeras” generadas en nuestras tierras se empeñan en borrarlas de nuestro ideario, de nuestra memoria histórica, que aún sobrevive a pesar de todo. Las imágenes, fueron cediendo en importancia cuando mis ojos pasaban sobre el contenido de la presentación y mi cerebro las interpretaba vorazmente. El texto, hacía referencia a la exposición del Cacique Guaicaipuro Cuatemoc (personaje ficticio) en traducción simultánea ante más de un centenar de Jefes de Estado y dignatarios de la Comunidad Europea el día 08 de febrero del año 2002 (escenario ficticio).
Según la persona que preparó la presentación, este modesto americano comenzó su disertación enunciando: “Aquí pues yo, Guaicaipuro Cuatemoc he venido a encontrar a los que celebran el encuentro. Aquí pues yo, descendiente de los que poblaron la América hace 40 mil años, he venido a encontrar a los que la encontraron hace sólo 500 años. Aquí pues, nos encontramos todos. Sabemos lo que somos, y es bastante. Nunca tendremos otra cosa”. Con agudeza, pero sin perder su ritmo emocional, que es el mismo ritmo de la naturaleza que lo habita y habita, continuó: “El hermano aduanero europeo me pide papel escrito con
visa para poder descubrir a los que me descubrieron. El hermano usurero europeo
me pide pago de una deuda contraída por Judas, a quien nunca autoricé a venderme. El hermano leguleyo europeo me explica que toda deuda se paga con intereses aunque sea vendiendo seres humanos y países enteros sin pedirles consentimiento. Yo lo voy descubriendo. También yo puedo reclamar pagos y también puedo reclamar intereses”.
La crítica, se tornó caballeresca, heroica, sin perder la elegancia de un agraviado consciente de su verdad y con un manejo irónico que sólo oferta la sabiduría, aseveró: “Consta en el Archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo y firma sobre firma, que solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a San Lucas de Barrameda 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata provenientes de América. ¿Saqueo? ¡No lo creyera yo! Porque sería pensar que los hermanos cristianos faltaron a su séptimo mandamiento.
¿Expoliación? ¡Guárdeme Tanatzin de figurarme que los europeos, como Caín, matan y niegan la sangre de su hermano! ¿Genocidio? Eso sería dar crédito a los calumniadores, como Bartolomé de las Casas, que califican al encuentro como de destrucción de las Indias, o a ultrosos como Arturo Uslar Pietri (abogado, periodista, escritor, productor de televisión y político venezolano), que afirma que el arranque del capitalismo y la actual civilización europea se deben a la inundación de metales preciosos”.
De manera cadenciosa, con mesura, pero -a la vez- enfáticamente, reclamó la deuda histórica de Europa con América, al manifestar: “¡No! Esos 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata deben ser considerados como el primero de muchos otros préstamos amigables de América, destinados al desarrollo de Europa. Lo contrario sería presumir la existencia de crímenes de guerra, lo que daría derecho no sólo a exigir la devolución inmediata, sino la indemnización por daños y perjuicios. Yo, Guaicaipuro Cuatemoc, prefiero pensar en la menos ofensiva de estas hipótesis. Tan fabulosa exportación de capitales no fueron más que el inicio de un plan para garantizar la
reconstrucción de la bárbara Europa, arruinada por sus deplorables guerras contra los cultos musulmanes, creadores del álgebra, la poligamia, el baño cotidiano y otros superiores de la civilización. Por eso, al celebrar el Quinto Centenario del Empréstito, podremos
preguntarnos: ¿Han hecho los hermanos europeos un uso racional, responsable o
por lo menos productivo de los fondos tan generosamente adelantados por el Fondo Indoamericano Internacional”.
Y sentencia con la convicción de la dignidad: “¡Deploramos decir que no! En
lo estratégico, lo dilapidaron en las batallas de Lepanto, en armadas invencibles, en tercer reichs y otras formas de exterminio mutuo, sin otro destino que terminar ocupados... En lo financiero, han sido incapaces, después de una moratoria de 500 años, tanto de cancelar el capital y sus intereses, cuanto de independizarse de las rentas líquidas, las materias primas y la energía barata que les exporta y provee todo el Tercer Mundo. Este deplorable
cuadro corrobora la afirmación de Milton Friedman, según la cual una economía subsidiada jamás puede funcionar y nos obliga a reclamarles, para su propio bien, el pago del capital y los intereses que, tan generosamente hemos demorado todos estos siglos en cobrar. Al decir esto, aclaramos que no nos rebajaremos a cobrarles a nuestros hermanos europeos las viles y sanguinarias tasas del 20 y hasta el 30 por ciento de interés, que los hermanos europeos les cobran a los pueblos del Tercer Mundo. Nos limitaremos a exigir la devolución de los metales preciosos adelantados, más el módico interés fijo del 10 por ciento, acumulado sólo durante los últimos 300 años, con 200 años de gracia. Sobre esta base, y aplicando la
fórmula europea del interés compuesto, informamos a los descubridores que nos deben, como primer pago de su deuda, una masa de 185 mil kilos de oro y 16 millones de plata, ambas cifras elevadas a la potencia de 300, es decir, un número para cuya expresión total, serían necesarias más de 300 cifras, y que supera ampliamente el peso total del planeta Tierra. Muy pesadas son esas moles de oro y plata. ¿Cuánto pesarían, calculadas en sangre?”.
Creo escuchar sus palabras resonando en aquella sala -aún resuenan- e imagino un sepulcral silencio invadiendo a los dignatarios europeos. Mientras tanto, cierro el correo electrónico con la certeza de que ese silencio, es el mismo que nuestra Latinoamérica ha escuchado durante más de 500 años, pero que a la voz de Guaicaipuro Cuatemoc, un personaje ficticio creado supuestamente por el escritor venezolano Luis Britto García, se une la nuestra, la de millones de hijos e hijas de esta hermosa tierra llamada por nuestros ancestros: Abya Yala.
*Alex Darío Rivera M.
Educador y escritor. Autor de los libros: Introspecciones Extintas, Desde los
balcones y De fugas y acechanzas. Email: alexdesantabarbara@yahoo.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario