miércoles, 23 de octubre de 2013

Crisis del capitalismo, la propaganda imperial para desvirtuarla y las “utopías” inhumanas del sistema




*Alex Darío Rivera M.
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Solo si nuestras convicciones son sostenidas por la ignorancia, el oportunismo o el absurdo, podemos negar la crisis estructural de la sociedad burguesa, principalmente evidente en el “desgaste” sufrido –en las últimas décadas- de sus dos instituciones constitutivas: la economía del mercado y la democracia liberal. La primera destinando a grandes masas humanas a la indigencia y, la segunda, concentrando el poder a favor de intereses imperialistas y de oligarquías nacionales que se lucran de esa relación de dominador-dominado. Dicha crisis del sistema capitalista continúa siendo “negada” por amplios sectores académicos imperialistas, de países “serviles” al imperio (como el nuestro) y de los políticos que continúan alimentando una falsa certeza de conveniencia mezquina, pero, curiosamente aceptada por sectores extra-académicos vinculados directamente como actores provechosos del sistema. Robert J. Samuel, columnista económico de la revista Newsweek asegura que “…la creciente importancia del comercio y de las finanzas globales y su interacción con las economías nacionales han creado nuevas fuerzas en constante cambio que no se entienden bien…”. De igual manera, el funcionario del FMI, Stanley Fischer, reconoció que “el sistema está propenso a la crisis debido a la escala de los movimientos de capital que se registran actualmente en el ámbito económico”. Asimismo, el economista funcionario del Banco Mundial, Joseph Stiglitz, durante mucho tiempo pregonó la necesidad de medidas que trascendieran el “Consenso de Washington”, puesto que esas políticas eran “incompletas y, a veces, inclusive equivocadas”. Y John Lipsky, funcionario del Chase Manhattan Bank, sostiene que “nadie es capaz de prever desarrollos específicos del mercado a mediano plazo”. Es necesario aclarar que aunque ellos solo perciben la crisis del capitalismo en términos de disfuncionalidad técnica-operativa y no a partir de la miseria y el impacto ambiental desastroso que genera, no dejan de tener interés, puesto que a ellos se continúan uniendo cada vez más voces, entre estas más, los capitalistas George Soros y Lionel Jospin; el primero de ellos, un inversionista financiero estadounidense, autor del libro: La crisis del capitalismo global. En dicho trabajo, Soros, interpreta a los mercados en términos de reflexividad (interacción), no de equilibrio (obsérvese la aceptación de la dialéctica propuesta por Marx y Engels). Reprocha “la relación desigual entre el centro y la periferia y el tratamiento desigual de los deudores y acreedores”, evalúa la “malsana sustitución de los valores humanos intrínsecos por los valores monetarios” y asegura que “los fundamentalistas del mercado… creen que los mercados financieros tienden al equilibrio… una falsa analogía con la física”. Soros visualiza al capitalismo global como una “forma incompleta y distorsionada de la sociedad abierta” y un peligro para el futuro del propio capitalismo. En el caso de Lionel Jospin, ex Primer Ministro francés, manifiesta en relación a dicho credo, admitiendo que “El capitalismo… Al mismo tiempo que crea riqueza, la concentra en exceso… tiende a excluir del mundo del trabajo a un número cada vez mayor de hombres y mujeres… y a este desequilibrio interno, hay un solo contrapeso que puede responder: el político”. Si bien es cierto, estas palabras pueden ser meras frases demagógicas, no cabe duda que propician rupturas desde el interior en la muralla silenciosa del capitalismo y revela la infructuosa incapacidad del sistema para ocultar su fracaso, pero por otro lado, surge la permanente campaña propagandística imperial a fin de continuar pregonando las “bondades” de dicho sistema, pese a que la realidad objetiva de los países “dominados” (y al interior mismo de los países “dominadores”), muestra como la pobreza y la miseria se proliferan de manera impresionante. En este sentido, es necesario enunciar el artículo de Francis Fukuyama, denominado “Fin de la historia revisitada”, mismo que surge una década después de la aparición de su trabajo “El fin de la historia”, en éste trabajo (Fukuyama) llega a la “conclusión” de que la economía de mercado y la democracia liberal “son las únicas posibilidades viables para nuestras sociedades modernas”, afirma que “ya no existe otro modelo viable de desarrollo que permita augurar mejores resultados” y plantea la infantil idea de que a través de ellas el mundo puede alcanzar un estado de equilibrio o la inamovilidad (fin de la historia), olvidando que las sociedades humanas, son sistemas dinámicos y por ende, cambiantes. Según Fukuyama, ese será el fin “de la historia humana” y la biotecnología “nos dará los instrumentos que nos permitirán lograr lo que los especialistas de la ingeniería social no lograron darnos”. Este es el momento en que la ciencia ficción deja de serlo. Soluciones tecnológicas a problemas y conflictos sociales, es la visión del capitalismo. Esto había sido anticipado en los trabajos de George Orwell (1984) y Ron Bradfiel (Fahrenheith 451) al plantear “utopías” terroristas basadas en las nuevas tecnologías comunicativas y electrónicas, utopías que desde hace varios años, parecen dejar de serlo, puesto que ya son parte del discurso “académico” que sustenta al capitalismo. Para ir un poco más lejos en el tema, el premio Nobel en biología molecular, Joshua Lederberg, en un congreso de la transnacional química Ciba, aseguraba que ahora era posible “definir al ser humano” y regular “el tamaño del cerebro humano mediante intervenciones prenatales”; en 1962, Julian Huxley propuso mejorar la “calidad intelectual” mediante selección eugenesia de la población mundial; Hubert Markl, miembro de la sociedad científica alemana “Max Planck” en un ensayo intitulado “El deber contra la naturalidad”, sostiene que el comportamiento natural del ser humano, como el de todas las especies, consiste en su irrefrenada reproducción y el consumo de los recursos disponibles. Sin embargo, por la “capacidad cultural” (inteligencia y tecnología, entre otras) de la especie homo sapiens, ese comportamiento natural ha puesto a la biosfera en una “órbita catastrófica”. Para evitar el desastre ecológico, el ser humano ha de pasar al control “autoresponsable de su reproducción” y al “manejo de la biosfera”. Debemos encargarnos –asegura- de la “tarea” de “gerenciar a la naturaleza”. En este contexto, el uso de tecnología genética es “necesario y, desde un punto de vista ético, obligatorio”, para garantizar el consumo de la humanidad con “suficientes organismos utilizables”, enfatiza. Pero el imperativo más importante –para él- consiste en frenar la reproducción humana, hasta que la sobrepoblación del planeta se haya reducido a una cifra “tratable”, es decir, alrededor de mil millones de seres humanos (¿Qué sucederá con el resto?). En fecha más reciente (1999), el filósofo alemán Peter Sloterdijk, hizo explícito lo insinuado por Fukuyama: la revisión biotecnológica de la especie humana, ante el fracaso de su humanización mediante la ética y el humanismo de la época moderna. Sin temor a equivocarnos, nada más deshumanizante que el capitalismo, los “amos” del sistema carecen de valores y son capaces de cualquier acción inhumana (ya lo han demostrado muchas veces) a fin de continuar salvaguardando sus mezquinos intereses. ¡Estas son las utopías abrigadas al interior del capitalismo!
*Catedrático y escritor. Email. alexdesantabarbara@yahoo.com
** Este trabajo fue realizado basado completamente en el ensayo de Heinz Dieterich: “Identidad Nacional y Globalización, La tercera vía y crisis en las ciencias sociales”. 3ra. ed. ULS Editores. San Salvador, El Salvador, C. A.

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