*Alex Darío Rivera M.
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Solo si nuestras
convicciones son sostenidas por la ignorancia, el oportunismo o el absurdo,
podemos negar la crisis estructural de la sociedad burguesa, principalmente
evidente en el “desgaste” sufrido –en las últimas décadas- de sus dos
instituciones constitutivas: la economía del mercado y la democracia liberal.
La primera destinando a grandes masas humanas a la indigencia y, la segunda,
concentrando el poder a favor de intereses imperialistas y de oligarquías
nacionales que se lucran de esa relación de dominador-dominado. Dicha crisis
del sistema capitalista continúa siendo “negada” por amplios sectores
académicos imperialistas, de países “serviles” al imperio (como el nuestro) y
de los políticos que continúan alimentando una falsa certeza de conveniencia
mezquina, pero, curiosamente aceptada por sectores extra-académicos vinculados
directamente como actores provechosos del sistema. Robert J. Samuel, columnista
económico de la revista Newsweek asegura que “…la creciente importancia del
comercio y de las finanzas globales y su interacción con las economías
nacionales han creado nuevas fuerzas en constante cambio que no se entienden
bien…”. De igual manera, el funcionario del FMI, Stanley Fischer, reconoció que
“el sistema está propenso a la crisis debido a la escala de los movimientos de
capital que se registran actualmente en el ámbito económico”. Asimismo, el
economista funcionario del Banco Mundial, Joseph Stiglitz, durante mucho tiempo
pregonó la necesidad de medidas que trascendieran el “Consenso de Washington”,
puesto que esas políticas eran “incompletas y, a veces, inclusive equivocadas”.
Y John Lipsky, funcionario del Chase Manhattan Bank, sostiene que “nadie es
capaz de prever desarrollos específicos del mercado a mediano plazo”. Es
necesario aclarar que aunque ellos solo perciben la crisis del capitalismo en
términos de disfuncionalidad técnica-operativa y no a partir de la miseria y el
impacto ambiental desastroso que genera, no dejan de tener interés, puesto que
a ellos se continúan uniendo cada vez más voces, entre estas más, los
capitalistas George Soros y Lionel Jospin; el primero de ellos, un
inversionista financiero estadounidense, autor del libro: La crisis del
capitalismo global. En dicho trabajo, Soros, interpreta a los mercados en
términos de reflexividad (interacción), no de equilibrio (obsérvese la
aceptación de la dialéctica propuesta por Marx y Engels). Reprocha “la relación
desigual entre el centro y la periferia y el tratamiento desigual de los
deudores y acreedores”, evalúa la “malsana sustitución de los valores humanos
intrínsecos por los valores monetarios” y asegura que “los fundamentalistas del
mercado… creen que los mercados financieros tienden al equilibrio… una falsa
analogía con la física”. Soros visualiza al capitalismo global como una “forma
incompleta y distorsionada de la sociedad abierta” y un peligro para el futuro
del propio capitalismo. En el caso de Lionel Jospin, ex Primer Ministro
francés, manifiesta en relación a dicho credo, admitiendo que “El capitalismo…
Al mismo tiempo que crea riqueza, la concentra en exceso… tiende a excluir del
mundo del trabajo a un número cada vez mayor de hombres y mujeres… y a este
desequilibrio interno, hay un solo contrapeso que puede responder: el
político”. Si bien es cierto, estas palabras pueden ser meras frases
demagógicas, no cabe duda que propician rupturas desde el interior en la
muralla silenciosa del capitalismo y revela la infructuosa incapacidad del
sistema para ocultar su fracaso, pero por otro lado, surge la permanente
campaña propagandística imperial a fin de continuar pregonando las “bondades”
de dicho sistema, pese a que la realidad objetiva de los países “dominados” (y
al interior mismo de los países “dominadores”), muestra como la pobreza y la
miseria se proliferan de manera impresionante. En este sentido, es necesario
enunciar el artículo de Francis Fukuyama, denominado “Fin de la historia
revisitada”, mismo que surge una década después de la aparición de su trabajo
“El fin de la historia”, en éste trabajo (Fukuyama) llega a la “conclusión” de
que la economía de mercado y la democracia liberal “son las únicas
posibilidades viables para nuestras sociedades modernas”, afirma que “ya no
existe otro modelo viable de desarrollo que permita augurar mejores resultados”
y plantea la infantil idea de que a través de ellas el mundo puede alcanzar un
estado de equilibrio o la inamovilidad (fin de la historia), olvidando que las
sociedades humanas, son sistemas dinámicos y por ende, cambiantes. Según
Fukuyama, ese será el fin “de la historia humana” y la biotecnología “nos dará
los instrumentos que nos permitirán lograr lo que los especialistas de la
ingeniería social no lograron darnos”. Este es el momento en que la ciencia
ficción deja de serlo. Soluciones tecnológicas a problemas y conflictos
sociales, es la visión del capitalismo. Esto había sido anticipado en los
trabajos de George Orwell (1984) y Ron Bradfiel (Fahrenheith 451) al plantear
“utopías” terroristas basadas en las nuevas tecnologías comunicativas y
electrónicas, utopías que desde hace varios años, parecen dejar de serlo,
puesto que ya son parte del discurso “académico” que sustenta al capitalismo.
Para ir un poco más lejos en el tema, el premio Nobel en biología molecular, Joshua
Lederberg, en un congreso de la transnacional química Ciba, aseguraba que ahora
era posible “definir al ser humano” y regular “el tamaño del cerebro humano
mediante intervenciones prenatales”; en 1962, Julian Huxley propuso mejorar la
“calidad intelectual” mediante selección eugenesia de la población mundial;
Hubert Markl, miembro de la sociedad científica alemana “Max Planck” en un
ensayo intitulado “El deber contra la naturalidad”, sostiene que el
comportamiento natural del ser humano, como el de todas las especies, consiste
en su irrefrenada reproducción y el consumo de los recursos disponibles. Sin
embargo, por la “capacidad cultural” (inteligencia y tecnología, entre otras)
de la especie homo sapiens, ese comportamiento natural ha puesto a la biosfera
en una “órbita catastrófica”. Para evitar el desastre ecológico, el ser humano
ha de pasar al control “autoresponsable de su reproducción” y al “manejo de la
biosfera”. Debemos encargarnos –asegura- de la “tarea” de “gerenciar a la
naturaleza”. En este contexto, el uso de tecnología genética es “necesario y,
desde un punto de vista ético, obligatorio”, para garantizar el consumo de la
humanidad con “suficientes organismos utilizables”, enfatiza. Pero el
imperativo más importante –para él- consiste en frenar la reproducción humana,
hasta que la sobrepoblación del planeta se haya reducido a una cifra
“tratable”, es decir, alrededor de mil millones de seres humanos (¿Qué sucederá
con el resto?). En fecha más reciente (1999), el filósofo alemán Peter Sloterdijk,
hizo explícito lo insinuado por Fukuyama: la revisión biotecnológica de la
especie humana, ante el fracaso de su humanización mediante la ética y el
humanismo de la época moderna. Sin temor a equivocarnos, nada más
deshumanizante que el capitalismo, los “amos” del sistema carecen de valores y
son capaces de cualquier acción inhumana (ya lo han demostrado muchas veces) a
fin de continuar salvaguardando sus mezquinos intereses. ¡Estas son las utopías
abrigadas al interior del capitalismo!
*Catedrático y escritor.
Email. alexdesantabarbara@yahoo.com
** Este trabajo fue
realizado basado completamente en el ensayo de Heinz Dieterich: “Identidad
Nacional y Globalización, La tercera vía y crisis en las ciencias sociales”.
3ra. ed. ULS Editores. San Salvador, El Salvador, C. A.
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