miércoles, 23 de octubre de 2013

Justiniano Reyes y la hora del café




*Alex Darío Rivera M.
La música es un eco del mundo invisible.
Giuseppe Mazzini

Una madrugada que Andrés Reyes tomó el camino lodoso arriando a la recua de mulas cargadas de café para vender en San Pedro Sula, su esposa Elena, jamás se imaginó cuál sería el regalo que a su regreso a la aldea El Ocotillo, diez días después, él traería a sus hijos. En el calendario corría un año de la década del cincuenta, el olvido no deja precisarlo, pero no ha podido arrebatar de la memoria de Justiniano,  para aquella época apenas un niño de cuatro años, esa tarde rojiza en la que recibió de manos de su padre el acordeón de juguete al que en pocos días le arrancaba melodías con una habilidad asombrosa. Un año después, tuvo que enfrentar quizá lo más doloroso de su infancia, abandonar la tranquilidad del pueblo donde había nacido en manos de la comadrona y vivido los cinco añitos de su existencia acompañado por el olor a agua miel del café, el frescor de la montaña y la calidez de sus padres. Una enfermedad persistente le obligó viajar y permanecer en la ciudad de Santa Bárbara. Su tía lo albergó en su casa en el barrio El Farolito. Él no logra recordar cómo, pero una tarde, a sus seis años de edad, se sentaba o lo sentaban en un taburete con su acordeón, rodeado de aparatos que jamás pensó que existían; le obligaron ejecutar el instrumento musical encerrado en una cabina de madera y cristal, hermética, mientras él con aquellos infantiles dedos en el teclado hacía aparecer sonidos mágicos que se prolongarían, cada día, a las dos de la tarde, durante treinta y cinco años, por radio La Voz del Junco, en el programa que se denominó “La Hora del Café”. Si bien es cierto, la tradición del café en el santabarbarense es más añeja, fue con ese muchachito llamado Justiniano Reyes que la hora del café se hizo acompañar de música de acordeón, en aquellos años en que la cotidianidad era un vínculo inseparable de la radio. La radio marcaba las horas, determinaba la rutina, amenizaba la alegría y el dolor, acompañaba la risa o el llanto, acentuaba o disminuía los ritmos de las personas insertas en la modorra de esa tranquila Santa Bárbara que ahora echamos de menos, pero también, puntualizó la hora precisa en que las esposas y las madres colocaban el porrón en el fuego para preparar el espumoso y aromático café. Lo curioso es que el muchacho encargado de hacer soñar con su música a la gente durante la hora del café, no solo de Santa Bárbara, sino de gran parte del territorio nacional, supo hasta mucho tiempo después que trabaja en una radioemisora. Él, ahora con algún gesto de melancolía asomándose en sus ojos, cuenta que se enfadaba cuando la gente se le acercaba a la cabina de la radio y le comunicaba que lo escuchaban en diversos lugares del país. No era posible en la mentalidad de ese niño que su música fuera escuchada a tan larga distancia, si él, tocaba en esa cabina solo y frente a un pequeño grupo de técnicos y curiosos; siempre pensó que lo engañaban y eso le generaba embates de enojo. Su pago de veinte Lempiras mensuales en la radio, le permitió comenzar sus estudios de contabilidad, durante la mañana vendió periódicos, raspados de hielo y trabajó como conserje en la Comandancia, la Alcaldía Municipal, luego en BANAFOM donde se convirtió en auxiliar de contabilidad; pero a las dos de la tarde, el pueblo siempre tendría música de acordeón para disfrutar esa bebida oscura que despierta el cuerpo y agudiza los sentidos: el café. Cuando él trabajaba en la alcaldía, una muchacha originaria de Agua Blanquita llamada Oralia Baide le robó su corazón, con ella procreó una familia de tres hijos: Carlos, Luís y Ramón. Su trabajo musical le permitió viajar por el país y conocerlo como la palma de su mano. En los años ochenta trabajó al lado del folclorista Rafael Manzanares con quien contribuyó al rescate musical de piezas como: Palito Verde, Amor en Pullitas y Arranca Terrones. Su vida ha sido la música y el trabajo honesto, una existencia que marcó a diversas generaciones de santabarbarenses que jamás olvidaremos a Justiniano Reyes y la música de su acordeón en la “hora del café”.
*Catedrático y escritor. Email: alexdesantabarbara@yahoo.com

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