*Alex Darío Rivera M.
La
música es un eco del mundo invisible.
Giuseppe
Mazzini
Una madrugada que Andrés Reyes tomó el
camino lodoso arriando a la recua de mulas cargadas de café para vender en San
Pedro Sula, su esposa Elena, jamás se imaginó cuál sería el regalo que a su
regreso a la aldea El Ocotillo, diez días después, él traería a sus hijos. En
el calendario corría un año de la década del cincuenta, el olvido no deja
precisarlo, pero no ha podido arrebatar de la memoria de Justiniano, para aquella época apenas un niño de cuatro
años, esa tarde rojiza en la que recibió de manos de su padre el acordeón de
juguete al que en pocos días le arrancaba melodías con una habilidad asombrosa.
Un año después, tuvo que enfrentar quizá lo más doloroso de su infancia,
abandonar la tranquilidad del pueblo donde había nacido en manos de la
comadrona y vivido los cinco añitos de su existencia acompañado por el olor a
agua miel del café, el frescor de la montaña y la calidez de sus padres. Una
enfermedad persistente le obligó viajar y permanecer en la ciudad de Santa
Bárbara. Su tía lo albergó en su casa en el barrio El Farolito. Él no logra
recordar cómo, pero una tarde, a sus seis años de edad, se sentaba o lo
sentaban en un taburete con su acordeón, rodeado de aparatos que jamás pensó
que existían; le obligaron ejecutar el instrumento musical encerrado en una
cabina de madera y cristal, hermética, mientras él con aquellos infantiles
dedos en el teclado hacía aparecer sonidos mágicos que se prolongarían, cada
día, a las dos de la tarde, durante treinta y cinco años, por radio La Voz del
Junco, en el programa que se denominó “La Hora del Café”. Si bien es cierto, la
tradición del café en el santabarbarense es más añeja, fue con ese muchachito
llamado Justiniano Reyes que la hora del café se hizo acompañar de música de
acordeón, en aquellos años en que la cotidianidad era un vínculo inseparable de
la radio. La radio marcaba las horas, determinaba la rutina, amenizaba la
alegría y el dolor, acompañaba la risa o el llanto, acentuaba o disminuía los
ritmos de las personas insertas en la modorra de esa tranquila Santa Bárbara
que ahora echamos de menos, pero también, puntualizó la hora precisa en que las
esposas y las madres colocaban el porrón en el fuego para preparar el espumoso
y aromático café. Lo curioso es que el muchacho encargado de hacer soñar con su
música a la gente durante la hora del café, no solo de Santa Bárbara, sino de
gran parte del territorio nacional, supo hasta mucho tiempo después que trabaja
en una radioemisora. Él, ahora con algún gesto de melancolía asomándose en sus
ojos, cuenta que se enfadaba cuando la gente se le acercaba a la cabina de la
radio y le comunicaba que lo escuchaban en diversos lugares del país. No era
posible en la mentalidad de ese niño que su música fuera escuchada a tan larga
distancia, si él, tocaba en esa cabina solo y frente a un pequeño grupo de
técnicos y curiosos; siempre pensó que lo engañaban y eso le generaba embates
de enojo. Su pago de veinte Lempiras mensuales en la radio, le permitió
comenzar sus estudios de contabilidad, durante la mañana vendió periódicos,
raspados de hielo y trabajó como conserje en la Comandancia, la Alcaldía
Municipal, luego en BANAFOM donde se convirtió en auxiliar de contabilidad;
pero a las dos de la tarde, el pueblo siempre tendría música de acordeón para
disfrutar esa bebida oscura que despierta el cuerpo y agudiza los sentidos: el
café. Cuando él trabajaba en la alcaldía, una muchacha originaria de Agua
Blanquita llamada Oralia Baide le robó su corazón, con ella procreó una familia
de tres hijos: Carlos, Luís y Ramón. Su trabajo musical le permitió viajar por
el país y conocerlo como la palma de su mano. En los años ochenta trabajó al
lado del folclorista Rafael Manzanares con quien contribuyó al rescate musical
de piezas como: Palito Verde, Amor en Pullitas y Arranca Terrones. Su vida ha
sido la música y el trabajo honesto, una existencia que marcó a diversas
generaciones de santabarbarenses que jamás olvidaremos a Justiniano Reyes y la
música de su acordeón en la “hora del café”.
*Catedrático
y escritor. Email: alexdesantabarbara@yahoo.com
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