*Alex Darío Rivera M.
Muy pocos vemos reflejada en Copán la involución
del hombre, ese ser que se empecinó en la “conquista de la tierra y el
espacio”, ambos elementos, concebidos como
unidad por los mayas. En este terco accionar fuimos escindiendo la
materia y el espíritu. El frenesí por la verdad se apoderó del ser humano,
limitando el infinito horizonte de su conciencia, convirtiéndolo en fanático de
las metas hasta conducirlo al camino de la alienación, la locura, la violencia,
la confusión, el consumismo y la guerra; sin darnos cuenta, que al abandonar el
sentimiento de unidad del universo, perdíamos la conciencia de nuestra mismidad.
¿Cuánta sabiduría perdimos cuando Diego de Landa
incendió los códices mayas? ¡Nadie lo sabrá!, pero los remanentes de la
cosmovisión maya que han logrado salvaguardarse en la tradición oral, nos
obligan a reflexionar profundamente acerca de nuestra actual forma de
percibirnos a nosotros mismos y a lo que nos rodea. Los mayas, reconocen la
naturaleza como un proceso cósmico sin separaciones: el mundo espiritual,
físico y biológico forman parte de un todo unitario. Palabras como “Winak”
significan gente y a la vez universo, el significado de persona se encuentra en
la raíz misma del lenguaje despertando la experiencia, el sentimiento y la
emoción de ser el universo mismo.
Transitar las ruinas de Copán e
indagar las tradiciones de su pueblo, es como andar el Sac Bé o camino blanco,
en ellas encontramos la no disensión y la armonización de las fuerzas.
Contemplar su visión e interpretación del mundo, es descubrir el misterio de
estar vivos, es sentirse fluir y darle continuidad a las visiones, las intuiciones
y las proyecciones, hasta llegar al momento sublime de prepararnos para cumplir
con la ineludible obligación de partir de la Madre Tierra cuando el momento
llegue. Ante su presencia, nos convertirnos
en un ser humano apasionado, capaz de vivir cada instante que pasa con
toda la mente, con todo el corazón y con todo el cuerpo. En pocas palabras, nos
fortalecernos para enfrentar el caos, lo desconocido, la incertidumbre y la
impredescibilidad de la existencia, una existencia occidentalizada enfrascada
en la acumulación de riqueza, el consumo, el despilfarro de los recursos
naturales y la degradación del ser humano.
No cabe duda, que la ciencia está
replanteando nuestra errónea actitud de creernos los “dominadores de la
naturaleza”, soslayando que los humanos -en realidad- somos solo una parte del
todo; Octavio Paz al recibir el premio Nóbel de literatura en 1990 manifestó:
“… Al finalizar el siglo, hemos descubierto que somos parte de un inmenso
sistema y conjunto de sistemas – que va de las plantas y los animales a las
células, las moléculas, los átomos y las estrellas. Somos un eslabón de la
“cadena del ser” como llamaban los antiguos filósofos del universo… Estamos
incursos en un proceso de búsqueda, pero… casi siempre nos asaltan los temores
de ir hacia lo desconocido. El ansia por la certidumbre nos ha obstruido, de
tal manera que, hemos llegado a pensar que ya todo lo sabemos. Sin embargo, en
el intento por descubrir la verdad… con sorpresa descubrimos que nunca
dejaremos de aprender”.
En los vestigios de Copán podemos presentir atisbos
que nos orientan a recuperar lo negado por la lógica y el racionalismo que han
limitado nuestras capacidades sensoriales, en sus rastros, podemos casi palpar
sentimientos, conciencia, intuiciones, sensaciones y crítica. Es la oferta de
nuestros hermanos de maíz a retornar a la estética, la mística, la poesía y el
misterio de lo que en realidad somos y de lo que debemos buscar ser; como dijo
el indígena Eduardo León Chic "Algún
día se volverán a encontrar nuestros rostros
y hablarán de nuevo nuestros corazones para reconocer sus caminos”.
En una realidad actual
tan confusa y autodestructiva en la que el ser humano ha perdido la sorpresa, la alegría, la conmoción y el misterio, atisbar la cosmovisión
maya es un sublime aliciente. La búsqueda de trascender en el sentido meramente
humano, más allá de los fanatismos y la ambición materialista se refleja en las
siguientes líneas del hermoso poema de Nezahualcoyótl, como una hermosa
plegaria a lo simple y hermoso:
¿Con qué me iré?
No dejaré nada de mí sobre la tierra.
¿Cómo debe obrar mi corazón?
¿Ha venido quizá en vano para vivir y crecer
sobre la tierra?
Dejemos por lo menos flores atrás,
¡Dejemos por lo menos las canciones!
*Alex Darío Rivera M. Catedrático
y escritor. Email: alexdesantabarbara@yahoo.com
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